miércoles, 29 de mayo de 2013

Sirénidos: El secreto de las pastoras.

 
Cuando los viajeros europeos comenzaron a explorar los mares tropicales de África y de Asia, se toparon con animales reales que les recordaban en todos sentidos a las sirenas sobre las que habían escuchado en los relatos de la época. Se trataba de los dugongos de los océanos Índico y Pacífico (1) y de los manatíes del Atlántico africano (2). Estos mamíferos marinos son clasificados en el orden Sirenia, un nombre que hace alusión a su semejanza con las sirenas de las leyendas. Los sirenios tienen un cuerpo rechoncho de varios cientos de kilogramos, carecen de extremidades posteriores y su cola está transformada en una poderosa aleta. Se trata de mamíferos que se alimentan exclusivamente de pastos marinos, por lo que están restringidos a las aguas someras cercanas a los continentes en donde pueden encontrar alimento. No es difícil imaginar la sorpresa con la que los marinos del siglo XV habrían observado a estos dóciles animales, tomándolos sin la menor duda como auténticas sirenas.
Después del descubrimiento de América, los viajeros europeos se toparon con una tercera especie de sirenio, el manatí del Caribe (3), que se distribuye en la costa atlántica de América, desde Brasil hasta el sur de los Estados Unidos. De hecho, Cristóbal Colón observó tres de estos animales en enero de 1493 cuando navegaba en las cercanías de la isla Española. El almirante genovés describió los animales como sirenas, aunque comentó que “no eran ni la mitad de bellas de lo que las pintan.” Los exploradores portugueses descubrieron posteriormente otra especie de manatí habitando las aguas del río Amazonas (4).
En 1741, la expedición de Vitus Bering a los mares del Ártico descubrió –para la ciencia europea– un tipo de sirenio muy especial. La vaca marina de Steller (5), llamada así en honor del naturalista que acompañó a Bering en sus viajes, era un gigante entre los sirenios pues llegaba a medir hasta nueve metros y pesar más de seis toneladas. La docilidad de este animal y la ferocidad con la que fue cazado por los viajeros europeos llevaron a la especie a la extinción menos de 27 años después de su descubrimiento para la ciencia. (fragmento del post del 16/02/12 de Héctor T. Arita en su página "Mitología Natural". Me ha parecido muy bien resumido, así que yo solo he añadido los números de las cinco especies, una ya extinta)
 
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Los sirenios, o cuanto menos sus pastoras, salen a escena en dos momentos muy diferentes de la aventura de Rielar.Y el caso es que ambas tienen mucho que ver con Áldero. Pero mientras la primera vez, en el profundo Lusca, son un grupo de pastoras de manatíes antillanos las que reciben los galanteos del muchacho, en la segunda, con muchos cambios de por medio, es él el que permanece a la defensiva de las atenciones de las chicas, que ahora son pastoras de dugongos a orillas de una playa en Nicobar, en el Índico. Sin embargo, aunque la actitud de Áldero ha cambiado radicalmente, los dos grupos de pastoras, aun siendo distintas en todo, responden a un mismo patrón: serían la imagen más cercana a lo que todos entendemos por SIRENAS. Jóvenes, hermosas, con la mitad inferior pintada de un extraño acuagel de color verdemar y la superior solo cubierta con escuetos adornos marinos... y tan silenciosas, esquivas pero a la vez coquetas, en definitiva, tan inalcanzables y enigmáticas como solo sabe serlo una auténtica sirena.
¿Quiénes son realmente las pastoras? Ni los propios habitantes de los Reinos del Mar sabrían responder satisfactoriamente a esto. Recuerdo que Xavi Fora Soriano, uno de los pocos que ha leído de momento El Sexto Océano ya que, con una inmensa generosidad por su parte, se ha ofrecido a ilustrarlo (una maravilla, ya veréis...), me dijo que lo único que echaba de menos es más información sobre el reino de las pastoras. Y es que, aunque en Élias no se las menciona, si vuelven a aparecer en la tercera y última entrega de la saga, y nada menos que en la inmediaciones de su patria ancestral.
Esta velada "petición" de mi amigo me ha dado muchos quebraderos de cabeza en estos meses. Se supone que aún estoy a tiempo de ahondar en el asunto y creed que tengo mucho que agradecer a Xavi y que me encantaría complacerle pero... Pero no sé si estaría haciendo lo correcto. Os lo explicaré.
Distribución manatíes
Distribución dugongos
 
Debo empezar diciendo que me he dado cuenta de que mis libros, más que de fantasía al uso son, vistos desde el punto de vista del saber oceanográfico, más cercanos a la ciencia-ficción. Esto es, aunque no me he privado de introducir determinados elementos legendarios o mitológicos y muchas de las premisas en las que me baso son claramente "acientíficas", en términos generales todo lo que sucede en mi universo submarino podría, en efecto, estar sucediendo de hecho en el aquí y en el ahora. Se trata de nuestro tiempo, nuestros mares, nuestro planeta... y no de la Tierra Media o el País de las Maravillas. Y, mucho menos, del reino de las sirenas.
En ese contexto, podría explicar el origen y naturaleza de las pastoras de dugongos y manatíes del mismo modo que ya he hecho con otros profundos, sean recolectoras, eruditos, ingenieros o patrullas de uno u otro océano, por poner algunos ejemplos. Ignorando a los manatíes fluviales del Amazonas y de los ríos del Senegal, incluso sería fácil adscribirlas a alguno de los tres enclaves principales ya que, curiosamente, la distribución de los otros 3 grupos de sirénidos coincide con el Lusca, en el caso de los manatíes antillanos, con Pueblo Grana en el de los dugongos e incluso con Aureum, en el triste caso de la extinta vaca marina de Steller. Sí, sería realmente fácil. Pero, al final, me he negado por una sencilla razón. Y esa no es otra que porque me resisto a renunciar a la fantasía. Y tampoco quiero que el mundo que yo he creado, sus moradores, renuncie a ella.
Prefiero imaginar unos Reinos del Mar en los que los humanos que los pueblan no lo sepan todo, que los niños y los no tan niños aún tengan leyendas, realidades que escapan a su razón, misterios sin explicación que alimenten sueños, historias maravillosas, cuentos por contar. Cuando estudié a los presocráticos, me enseñaron que "El logos destruye al mitos"; quizá ese momento siempre acaba llegando pero, en parte, es una lástima y antes de, digamos, destripar el cuento, está muy bien el poder disfrutar de la riqueza de esos mitos.
Por eso, Xavi, no te contaré más de lo que ya narro en el Sexto Océano sobre las pastoras. No antes de haber abandonado el mundo real, el planeta Tierra tal como lo conoce la ciencia oceanográfica y habernos trasladado al mundo mágico de los océanos.  No antes de haberte hablado de aquella niña que, siendo casi un bebé, fue salvada de morir ahogada en un recodo del río Amazonas, a pocos pasos de su aldea. De cómo sus salvadoras, pastoras de manatíes o náyades o nereidas ¡qué más da!, no la dejaron regresar a su hogar pero, a cambio, la aceptaron entre ellas como una más. Le enseñaron el lenguaje secreto de los animales acuáticos, a cabalgar sobre rosados delfines fluviales... y a apacentar los rebaños. Cuando creció, viajó con algunas de sus hermanas a la desembocadura del gran río y de ahí al mar, al encuentro de las otras pastoras. Primero hacia el norte, hacia el Caribe y, tras aprender de las bellas sirenas cobrizas de las Antillas nuevas artes mágicas, luego cruzó el Atlántico hasta África, al inmenso golfo de Guinea, donde conoció a otras sirenas diferentes, esta vez hermosas y oscuras como el ébano. Fueron éstas últimas las que le llevaron, de rebaño en rebaño, al corazón del continente negro, por secretos caminos de agua, preñados de magia y de milagros. Con los años, hizo más viajes, muchos más, convirtiéndose en una sirena tan bella como poderosa, y encontrándose con más hermanas, con las pastoras de dugongos de las inmediaciones de Madagascar y, más tarde, con las del Indopacífico, doradas como el sol, de India a Australia, de Malasia al sur de Japón. También tuvo tiempo de conocer a las siempre tristes blancas sirenas, las de los mares árticos, que no encuentran consuelo después de perder para siempre a sus rebaños. Y quizá también su vida se cruzó con la de un humano, un príncipe de Sri Lanka o un pirata de Borneo, al que amó hasta el fin aun sabiéndolo imposible, y con la de un perverso brujo que un mal día quiso encerrarla en una lámpara maravillosa (o en una gruta o en una madreperla, o en cualquier otro tipo de cárcel, por muy maravillosa que fuera). Pero, gracias al océano, jamás lo consiguió y aún fueron muchas más las aventuras, llenas de prodigios y sortilegios, que siguieron sucediéndole en "esos otros" Reinos del Mar...
Puede que me argumentéis que las cosas no son exactamente así. Que, a la postre, en mis historias ellas son seres de carne y hueso. Frente a eso, os recuerdo a Bilbo Bolsón. Él soñó desde niño con conocer elfos y, en efecto, los conoció. Y se sintió feliz por ello. Pero, más allá de la renuncia al anillo único, fue en casa de Elrond, al retirarse a vivir el cotidiano día a día en Rivendel, rota la magia y el misterio que envolvía su fantasía, el momento en que comenzó realmente a envejecer...
Reivindico los cuentos de hadas, y los cuentos de sirenas. Cuando sean contadas todas las historias de esta niña de la Amazonía y otras tantas niñas, por mí o por quien le plazca, sea en torno a una hoguera o al pie de una cama y, sobre todo, sea en cualquier habitáculo de Ciudad Alba, pequeña playa de Pueblo Grana, medusa gigante de Aureum, pasadizo de Alborán, pecio de Calypso... Entonces, solo entonces, quizá os cuente la verdad sobre las pastoras. Ahora no solo no la sé, es que no me interesa saberla. Y creo que, en el fondo, a Áldero y a los demás (incluso a Xavi), tampoco.
 
Con respecto al vídeo, pido perdón a los más puristas pero ¡qué le vamos a hacer! Hoy me siento "heterodoxa"... Y, además, seamos sinceros; si no lo hago hoy, ¿cuándo podría?
 
 

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