Han pasado casi nueve meses sin asomar la nariz por aquí y reconozco que así hubiera seguido la cosa, dando vueltas y más vueltas a cómo retomar este blog, si no me hubiera topado con una noticia que me ha revuelto mucho por dentro... Se trata de la anual matanza de calderones negros en las costas de las islas Feroe, la misma matanza que denuncié hace casi exactamente un año y que, puntualmente, ha vuelto a teñir de rojo las aguas de ese rincón de la muy civilizada Dinamarca. Por ello, no sé qué pasará más adelante con este blog pero, por de pronto, he decidido emplear los meses siguientes en "volver" a la presentación de algunos animales marinos que salen en mis novelas, tomando como hilo conductor el mar Mediterráneo.
Pero no es mi intención ni repetirme ni probar vuestra paciencia por lo que no será, lógicamente, un mero insistir en lo mismo... Ahora cambiaré un poco el enfoque y, para ello, esta vez me ceñiré al argumento de la segunda de la trilogía, El destino de Élias. Así, me limitaré a los ocho cetáceos que sirven de hitos de la novela, pues a lo largo de la trama éstos, uno a uno, serán lo que bendigan cada una de las reliquias sagradas que portan los humanos protagonistas en su largo viaje por el Mediterráneo: Las piedras de Ceto.
Ahora, en esta especie de "segunda vuelta de tuerca" de un mismo tema, ya no habrá ni artículos de la wikipedia, ni reflexiones personales ni vídeos alusivos... No. Para acceder a esa información, podéis seguir acudiendo a las entradas sobre cada uno de esos cetáceos y sobre otros muchos animales marinos que hice durante el 2013. Ahora me limitaré a colgar (aún no sé con qué frecuencia) un mero fragmento de la novela, aquel en el que se produce el encuentro entre uno de esos ocho animales y el grupo de viajeros, así como la subsiguiente entrega de una determinada virtud en el momento del adiós. Serán ocho fragmentos, ocho encuentros; nada más. Y lo haré porque en todos hay un triste factor común, más allá de la concesión de aquella virtud que quedará custodiada en cada una de las Piedras de Ceto: Estos ocho encuentros en las vidas concretas de estas ocho criaturas marinas muestran los muchos daños que se les infringen en nuestros mares a los animales en general y a los mamíferos marinos en particular. Esos ocho precisamente han sufrido en sus propias carnes un abuso muy concreto y es por ello que han acabado siendo los elegidos para entregar una determinada virtud también muy concreta, "rescatada" como quien dice de ese mismo dolor.
Y, como supongo que habréis adivinado, empezaré esta nueva etapa del blog con el encuentro con un calderón negro, aunque en esta ocasión el sufrimiento que narro en el fragmento de la novela no será el que padecen estos pobres animales en las islas Feroe, año tras año, sino otro diferente y aunque muchísimo menos salvaje, igualmente cruel y abusivo. En cualquier caso, este será, de alguna manera, tanto ahora como en las entradas que vengan después, mi pésame y mi homenaje pero, sobre todo, mi reivindicación de unas vidas inocentes que lo único que esperan es poder completar en paz su existencia bajo las olas del mar.
Al primero y al último de estos ocho cetáceos, al alfa y al omega en la concesión de su correspondiente virtud, los reservo para el final por razones que también al final comprenderéis. Y como, dejando aparte ese animal primero, los calderones negros son los más tempranos en aparecer en la trama, nada más abandonar el grupo el mar de Alborán y comenzar su aventura por el Mediterráneo propiamente dicha, la aparición de los demás también irá a su debido tiempo a nivel argumental y en consonancia con el avance del grupo de oeste a este a lo largo de toda la anchura de este "mar de dolores".
Espero que las sucesivas entradas os sirvan para comprender mejor a todos estos animales marinos, para entender sus penurias y, por qué no, para encariñaros aún más con ellos, al igual que me ha ocurrido a mí. Porque, como ya he dicho en más de una ocasión, estoy convencida de que "solo se defiende lo que se ama, y solo se ama aquello que se conoce".
Ojalá el año que viene por estas fechas, haya tanta gente en defensa de los calderones de las islas Feroe y se consiga cambiar, por fin, tanto las cosas, que esas aguas permanezcan en todo momento azules. Maravillosa y serenamente azules.
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