En las próximas entradas presenciaréis ocho encuentros en, también ocho, lugares muy concretos del mar Mediterráneo. En cada uno de ellos, una determinada especie de cetáceos será mostrada, encarnada en la existencia particular de alguno de ellos, existencia que se nos revelará marcada por cada una de las principales afrentas que el ser humano ha perpetrado a este mar nuestro de cada día y a sus criaturas.
He encontrado una imagen que puede ayudarnos a clarificar y resumir mis nuevos propósitos. Aquí la tenéis:
Como podéis ver, en la ilustración aparecen los cetáceos más emblemáticos del Mediterráneo pero, para que se ajuste correctamente a lo relatado en El destino de Élias (cuyas "ocho pequeñas historias" serán las que, sucesivamente, os vaya presentando), es preciso que haga algunas matizaciones. En primer lugar, el rorcual aliblanco es solo un visitante ocasional, así que en realidad no aparece en la novela al no ser, en puridad, un "habitante" del Mediterráneo. En segundo lugar, las orcas no se adentran más allá de las "puertas" de este mar, ciñéndose a las aguas del estrecho de Gibraltar. Además, con respecto al papel de Toniña y Dicayos, la cosa se torna un poco más complicada: Las marsopas, que también aparecen en el cuadro, no se encuentran actualmente en el Mediterráneo, quedando "arrinconadas" en algunos puntos del mar Negro y con respecto a mi querido Dicayos, se trata de un ejemplar mestizo por lo que, en relación a la imagen que os muestro, su aspecto sería más o menos el de una mezcla entre el delfín mular y el calderón gris o delfín de Risso. Pero no nos apresuremos; en la entrada anterior ya os decía que las escenas en las que también acaban entregando ambos su correspondiente virtud a las Piedras de Ceto ( la primera y la última en el argumento) las dejo para el final, así que no hay ninguna prisa por aclarar esto último...
Lo que si quiero adelantaros mínimamente son las circunstancias de los otros séis anónimos cetáceos que completan el octeto. Así, pronto conoceréis a un macho joven de calderón negro que el grupo encuentra en aguas aún próximas al mar de Alborán, a una hembra adulta de delfín listado en el mar Balear, a un anciano zifio en el mar Tirreno, a dos rorcuales gemelos en el límite entre la cuenca occidental y la oriental, entre Sicilia y Túnez, a un ejemplar infantil de delfín común en el mar Jónico y a una hembra madura de cachalote muy cerca ya del mar de Creta. Se trata pues de un recorrido bastante pormenorizado por toda la anchura del mare nostrum, desde el estrecho de Gibraltar en el oeste hasta las puertas del muy oriental mar Egeo.
Esto es todo en cuanto a declaración de intenciones. Muy pronto, empezaré con el primero de esos ocho encuentros, encuentros en los que, como os he dicho, se mostrará, a un tiempo, una determinada práctica destructiva por parte del ser humano y un determinada conducta animal, positiva y ejemplar, como respuesta.
Ese primer encuentro se producirá en los primeros días del 2006 con una apacible familia de calderones, no muy lejos del cabo de Palos...
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