sábado, 26 de abril de 2014

Ilustraciones de Los Reinos del Mar I. Un regalo... para los ojos

Antes de ayer fue la presentación oficial de El sexto océano. El Juicio final de la marea en La Casa el libro. Salió todo de maravilla y me sentí muy arropada por la gente que me quiere. Hasta ahí todo perfecto. Pero ocurrió algo que me condujo a volver a plantearme el hacer otra excepción (como la de aquella del día de la poesía...) a esa especie de consigna auto-impuesta de una sola entrada al mes en el blog. 
El caso es que cuando llegó el momento de pasar a presentar las seis preciosas ilustraciones de Xavier Fora Soriano que se esconden en la cara interna de portada y contraportada de mi tercera novela me sentí frustrada. No es que hubiera mucha distancia entre mi mesa y las sillas del público pero solo entonces me percaté de que incluso teniendo el volumen entre las manos, toda la riqueza de matices de cada composición pasaba en buena parte desapercibida debido al, lógicamente, limitado tamaño del libro. Cuando yo en su día recibí de Xavi esas seis ilustraciones y las de las novelas anteriores por correo electrónico, de inmediato dispuse de todas las ventajas del soporte informático y sin pararme a pensar en ello demasiado comencé a manipular dichas imágenes, ampliando y reduciendo a placer, para poder embelesarme en algún detalle o, por el contrario, recrearme más bien en la visión de conjunto... Algo que, como caí en la cuenta hace tan solo dos días, está vedado a aquel que solo dispone del libro en papel. Por eso, he pensado que sería buena idea presentaros en estas Crónicas de los Reinos del Mar todas y cada una de las ilustraciones que ha hecho Xavier para mis tres libros con el fin de que, si os apetece, podáis descargar aquellas que más os gusten y, una vez guardadas, ampliarlas convenientemente o "jugar" con ellas como mejor os plazca para que no se os escape ni una pizca de su gran belleza.
Su número total es once (nunca se lo he dicho, pero sueño con que, algún día, cuando le apetezca, cree la que complete la docena, aquella en la que se vea a "una pareja que volvió a serlo cuando eso ya era un imposible"...). Me parece que son muchas imágenes para una sola entrada, así que he pensado repartirlas entre esta y la próxima que calculo que colgaré a primeros de mayo. Las seis que se esconden en los entresijos internos de la cubierta de El sexto océano serán las que deje para más tarde y ahora os presentaré solo las cinco primeras: las tres de Rielar, aquellas tres que me deslumbraron en su origen, así como la de Élias y la que se muestra en la portada del El sexto océano. 

Vamos a ello.

1.- La joven Rielar. Aunque las tres ilustraciones con las que Xavi "se arrancó" las recibí al mismo tiempo, para mí esta siempre será la primera, la primera de todas, al igual que Rielar también será en mi corazón la primera como "hija" literaria. Las once ilustraciones tienen algo que las hace especiales pero en esta veo, además, especialmente reflejado el recuerdo de la admiración que sentí cuando, a la vuelta de aquel primer verano tras la publicación del libro, encontré esperándome en el ordenador aquellos tres maravillosos dibujos. Luego vendrían más representaciones de Rielar pero es en esta en la que ella aparece más joven, prácticamente con aquellos quince años primeros con los que empieza la aventura, y esa admiración mía parece serme devuelta en ese encantador rostro cuyos ojos, mitad inquisitivos y  mitad deslumbrados, siempre me roban el corazón cuando los miro.


2.- Irisar y Tinglar. Me alegró mucho que Xavi eligiera a la joven recolectora nur Irisar como protagonista de uno de sus tres primeros dibujos... y para aquellos que hayan leído Rielar y los Reinos del Mar creo que no es necesario decir porqué. Pero es que, además, la escena de ella buceando junto a una tan grande como misteriosa tortuga laúd me hace evocar aquel viaje tan especial por el Pacífico norte en el que ellas dos, junto a dos cachalotes y una sabia recolectora hecha de acero templado, siguieron la costa oeste de Norteamérica mientras descendían desde el mar de Bering hasta el de Cortés. Documentarme primero y compartir aquel viaje con los cinco después, fue algo muy hermoso en el que, por otro lado, se establecieron vínculos y se produjeron acontecimientos  que más tarde se revelarían cruciales para la trama.


3.- Hidra y Menguele. Así como la elección de Irisar por parte de Xavi me resultó muy satisfactoria desde el principio, confieso que la de la mala malísima de la historia me dejó en un primer momento algo desconcertada. Rielar es una novela muy coral, con infinidad de personajes y optar precisamente por Hidra y su venenoso amiguito era algo que no acababa de entender. Más tarde me enteré que a Xavi era un personaje femenino que le fascinaba de un modo especial pero, independientemente de sus gustos, con el tiempo yo también he acabado pensando que la elección fue igual de acertada que las otras, por no decir que más. Y eso por una doble razón. En  primer lugar, con la inclusión de Hidra en el elenco se hace presente, ya desde el principio, en esos tres precisos primeros dibujos, un concepto que es clave en toda la trilogía, el de La Diosa de los tres rostros: El rostro de la doncella (que aquí sería el dibujo de la joven Rielar), el de la madre (que sería el de Irisar) y el de la anciana, que aquí vendría a ser el de Hidra, no porque sea vieja en absoluto sino por sus connotaciones brujeriles en cuanto a mala pero, a la vez, en cuanto a poseedora de un secreto saber. Y la segunda razón es, sencillamente, que Xavi jamás ha dibujado a Mistral, no sé porqué, y, para mí, contemplar a Hidra me ayuda a imaginarla... en mi mente las veo muy semejantes  a ambas, pero Mistral en una versión más juveníl, con el pelo más corto y con los rasgos más dulcificados (sobre todo, tras su paso por el Mediterráneo). En conclusión, que viendo a la una, se me representa perfectamente la otra.



4.- Élias y Dicayos. Curiosamente, de la segunda de las novelas de Los reinos del Mar, El destino de Élias. Un mar diferente solo existe una ilustración; esta. Conociendo la inmensa generosidad de Xavi, estoy segura de que si yo le hubiera pedido alguna más, ahora las tendría aquí para ofrecéroslas y todas serían igual de talentosas que las existentes pero, sencillamente, yo no se lo pedí. Evidentemente, eso hace que este dibujo tenga un significado muy especial para mí pero, independientemente de su carácter único, creo que refleja muy certeramente el eje principal de la novela, aquel más importante aún que la historia de amor. Ese eje no es otro que la relación de amistad entre un hombre y un delfín, entre alguien muy reprimido y alguien muy libre, entre alguien bastante infantiloide y alguien sanamente maduro... en definitiva, entre un discípulo y un maestro de la vida, un maestro que enseñará al primero con su propio ejemplo vital y le ayudará a superarse y convertirse en alguien mucho mejor de lo que parecía estar abocado a ser.


5.- El grupo de buscadores (portada de El sexto océano). Aunque en esta primera entrada, solo os voy a presentar una ilustración de la tercera novela, en este tercer caso pasó prácticamente lo contrario que en el de El destino de Élias: en un abuso de confianza sin paliativos, le pedí primero un dibujo (el del tridente, que ya os mostraré), luego otro (este mismo que hace de portada) y, por si eso fuera poco, otro más (el de Áldero y Rielar, que también dejo para más adelante)... Y no solo los hizo gustoso sino que incluyó por sorpresa nada menos que cuatro más, y todos increíbles... Así es Xavier Fora Soriano; qué más os puedo decir... Volviendo a esta última ilustración, reconozco que es idónea para la portada puesto que refleja una escena que se repite en incontables ocasiones en toda la parte central de la novela: los tres buscadores y sus tres compañeros marinos buceando por aguas del Pacífico sur en busca de la clave para dar con la Última Puerta Bajo el Mar. Pero si esta ilustración me gusta tanto es por algo más, y ese algo más es porque hasta ahora faltaban dos animales marinos muy queridos de los reinos del Mar por aparecer y ambos tienen su lugar de honor aquí. Ellos son Romm, el cachalote, y Unauán, la tortuga, y me hace muy feliz "verles por fin las caras" y, como os dije en el caso de Irisar, para aquellos que hayan leído la saga de Los Reinos del Mar creo que no es necesario decir porqué.



Bueno, pues esto es todo de momento. dentro de unos días, más y mejor. La próxima vez os comentaré las seis ilustraciones que se ocultaban tras las tapas de ese libro, aquellas que, tan solo hace un par de días, tanto me frustró no poder mostrar debidamente. Tranquilos, no volverá a ocurrir.



sábado, 12 de abril de 2014

Un zifio en el mar Tirreno. Su cruda verdad.




Ya ha pasado más o menos un mes desde que os presente a aquella famélica y enferma hembra de delfín listado que, en aguas baleares, entregó al grupo la virtud de la solidaridad. Élias y sus amigos han seguido viaje y ahora nos los encontramos nadando por aguas del Tirreno, al este de la isla de Cerdeña, donde acaban de toparse con otro mamífero marino, en este caso, con un viejo zifio, solo y bastante desubicado. No emite sonido de ecolocación alguno y no porque sea mudo sino porque se ha quedado irremisiblemente sordo. El fragmento que esta vez he elegido comienza cuando el desgraciado animal se aviene por fin a relatarles cómo ha desembocado en esa situación. Espero que os "llegue" toda su triste verdad...





—De acuerdo. No perdamos el tiempo con presentaciones. Sé cuál es mi cometido y lo cumpliré —dijo el zifio con determinación, yendo directamente al grano—. Os contaré mi verdad. Y también arrojaré algo de luz sobre las Piedras de Ceto. Pero primero mi historia, que, como ya habréis adivinado, es una historia triste. Aunque no siempre lo fue. De hecho, durante medio siglo me consideré un zifio feliz. No os aburriré con detalles de una vida en armonía rodeado de mi pequeña familia. Ya se sabe: los hogares felices son siempre iguales, son los infelices los que se distinguen cada uno por su propia infelicidad.

  »Vivía mucho más al este, junto a un rincón de aguas profundas entre Italia y Grecia, y a ese mismo lugar fueron a parar un día un grupo numeroso de hombres de la superficie. Entre ellos, la mayoría se movía por mi mar dentro de grandes ingenios preparados para la guerra que no paraban de emitir ruidos semejantes a los que usamos en nuestra ecolocación, pero ellos estaban a sus cosas. Solo unos pocos, al parecer coordinados con los primeros, parecían interesados en nosotros, los zifios. Grababan nuestros pulsos y luego pretendían reproducirlos con aparatos parecidos a los que iban en el interior de sus grandes ingenios marinos. Nosotros estamos preparados fisiológicamente mejor que cualquier otro para la ecolocación, quizá por eso les resultábamos interesantes, pero os aseguro que, cuando de hombres negros se trata, destacar en algo es siempre garantía de perdición. Fue terrible sentir aquellas vibraciones en la cavidades de mi cráneo, en mi sensible mandíbula, en los pulmones, en la tráquea, en todos y cada uno de mis órganos internos...

  El zifio no pudo seguir y calló acongojado. En el compungido silencio que los envolvía Élias detectó el recuerdo de Dicayos de aquel día lejano en el Atlántico en el que dos submarinos casi le hacen «zozobrar». Entre todos los silencios, el del delfín era un fuego frío que helaba y quemaba a la vez con reconcentrada intensidad.

  El viejo cetáceo recuperó las fuerzas para continuar, pero lo hizo abruptamente, casi con desapego, en un desesperado intento de que los recuerdos no dolieran tanto.

  —Mi familia sufrió entonces un varamiento en masa. Así de sencillo. No sé si alguno pudo ser rescatado más tarde porque jamás he vuelto a saber de ellos. Probablemente yo habría seguido su misma suerte, pero ocurrió algo. No sé si procedente de los que hacían maniobras o de los que nos investigaban, se les escapó un golpe de onda de varios cientos de hertzios. Los zifios somos especialmente sensibles a las frecuencias intermedias, y aunque yo estaba a unas quince millas de la fuente, el sonido hizo su labor: me reventó el oído interno, perforándome los tímpanos.
»Había oído hablar a algunos de los míos de sonares de la gente de la superficie que trabajaban con media y baja frecuencia (como los que llaman LFAS, que son de alta intensidad pero trabajan con ese tipo de frecuencias, ampliando su radio de acción y mejorando su precisión) y no desconocía que habían hecho mucho daño a otros cetáceos. No sé si se trataría de uno de esos o simplemente cometieron un fallo... El shock que me supuso evitó que me encaminara obstinadamente hacia tierra y acabara varado..., pero para mí también fue el final. Desde entonces llevo años intentando sobrevivir a duras penas y confiando mi vida a la suerte. Busco un lugar que algunas criaturas llaman El Santuario, donde también hay profundas simas en las que residen zifios como yo, y donde mi sordera no sería tan gravosa, ya que la comida es fácil y abundante y, lo que es más importante, dicen que está bajo la protección de los propios hombres negros. Pero, como comprenderéis, sin mi ecolocación es difícil saber siquiera por dónde voy, así que dudo mucho que consiga llegar algún día.




  Si en algún momento de toda la aventura por el Mediterráneo Dicayos tuvo tentaciones de abandonar fue entonces. Todos sabían a qué lugar se refería el zifio, no en vano lo acababan de dejar a sus espaldas no hacía mucho, y la urgencia por ayudar al anciano fue tan poderosa en el corazón del delfín que todos pudieron captar su deseo de llevarlo allí, dándose con ello perfecta cuenta también del dilema al que Dicayos se estaba enfrentando en esos instantes. La respetuosa espera de Toniña, Mistral y Élias, trasmitiéndole su apoyo fuera cual fuese la decisión que acabara tomando, lo mismo si decidía acompañar al zifio hacia el norte como si optaba por quedarse con ellos, hizo que Dicayos se lo replanteara de nuevo y comprendiera que, por compromiso y voluntad, se seguía debiendo a sus amigos.

  Pero eso no significaba que fuera a consentir que el zifio se marchara de vacío.

  —Sabemos dónde queda ese lugar, pues acabamos de pasar por su extremo más meridional. No estás lejos. Deja que te lo muestre mentalmente. Y tranquilo, me lo tomaré con calma y te daré tal lujo de detalles que te juro por mi sangre mestiza que, con o sin ecolocación, llegarás sano y salvo a Pelagos. Verás, lo que tienes que hacer es...

  Los demás esperaron pacientemente mientras Dicayos se empleaba a fondo en orientar al zifio. Le habló de las corrientes, de los relieves, de los vientos, de las distintas salinidades y hasta de las fuerzas magnéticas de cada punto del camino. No tendría nunca la certeza de que el animal lo había logrado, pero pondría absolutamente todo de su parte y más para que así fuera.

  Al zifio, cada vez más optimista a medida que iba recibiendo más y más referencias en las que basarse para alcanzar su destino, se le notaba impaciente por poner rumbo al norte lo antes posible. Y esa misma impaciencia fue la que casi le hace olvidar que quedaba otro tipo de verdad por descubrir.

  —Ah, las Piedras de Ceto. Sospecho que la verdad que os trasmita os resultará insuficiente, pero solo puedo contaros lo que yo sé. Captando el contenido de la bolsa que ella porta no hay duda de que las piedras ya han sido cargadas tres veces: con el amor, la humildad y la solidaridad. Desconozco con quiénes os habréis encontrado en vuestro viaje, pero, sean quienes sean, han cumplido su misión. Ahora yo os entrego la cuarta virtud: la verdad. Ya habéis hecho más o menos la mitad del camino, y aún os quedan más encuentros antes de que termine el forjado. También hay otras piedras que no competen a los míos, pero que creo que también están ahí por una razón. Aunque sé el espíritu que empujó a su creación, no puedo deciros su propósito concreto cara al futuro, ya que depende de acontecimientos que están por venir y que nadie puede afirmar que llegarán a cumplirse, pero sí os pido que las cuidéis bien, pues en ellas quedan depositadas muchas esperanzas. Y eso es todo lo que puedo revelaros.

  Sin nada más por decir, se despidió de todos dejando a Mistral para el final. Apoyó su cabeza en la bolsa que colgaba de su cadera y murmuró:

  —Piedra de forja.

  Luego, sencillamente, se marchó.

  No es que las revelaciones del zifio hubieran servido para tener las cosas mucho más claras, pero, como poco había que pudieran hacer al respecto, no perdieron tiempo en elucubraciones y retomaron su viaje hacia el sur.