Se trata de la voz de un hombre "conversando" con su hija, reflejando cuatro momentos vitales, y dice así:
Mira, ya hemos llegado... ¿No merecía
la pena? Además, tú no te quejes que venías en mis hombros, que yo he hecho todo
el trabajo. Me estás mirando risueña, sabes que me estoy riendo y aún sin saber
el porqué te gusta verme contento. ¡Cómo te ha puesto tu madre! ¡Si pareces una
bola de ropa con niña dentro! Solo se te ven los ojos... es cierto, estoy
contento.
Desde que viniste al mundo soñaba con
mostrarte esto. Aunque ella tiene muchos años aquí nace en primavera... Si
ella, porque aunque sean masculinos todos los nombre que lleva, tu y yo sabemos
que es ella... ¿Cómo iba a ser de otra manera?...
Siéntate aquí, al socaire. Aún hace
bastante frío. Será porqué estamos altos. Será porque aún no es marzo. Ella
gusta de empezar lo más cerquita del cielo, entre las cumbres más blancas donde
todo es puro y nuevo. Cómo tú, vaguita mía, apenas quiere moverse y se
entretiene jugando a derretirse y filtrarse...
Mira hacia aquellos neveros, ya los últimos que quedan, ¿Ves como se
vuelven poza? ¿Ves como se vuelven charca? ¿Ves como se vuelven ella?
¿No te movías decía? Pero serás sinvergüenza... si hasta en eso eres
como ella, que cuando te das la vuelta ya se ha vuelto torrentera... ven
conmigo, ten cuidado, que aquí hay mucha piedra suelta. Mete la mano en el
agua. ¡Qué fría está todavía!... Esas son lentejas de agua y si apartamos un
poco estos mantos esmeralda verás ranas y tritones escondiendo perlas blancas.
¡Está tan guapa mi niña chapoteando en el agua! ¿Tienes frío,
ratoncito? Tus mofletes están rosas y tu nariz colorada. Cómo nos viera tu
madre seguro nos regañaba... Mira, en
ese otro laguillo, donde crece la espadaña, la pata edredón esconde, precavida,
su nidada. Ven a esconder tus manitas en su plumosa maraña. Ves qué rico
calorcito... pero no toques los huevos o no vendrá mamá pata.
¿Escuchas? Por allá abajo, descendiendo la montaña ella se ha vuelto
cascada. Pero aquí habla muy bajito, deshelándose en hilachas, o simplemente se
calla... Como tú, cariño mío, que sólo hablas con miradas y sonrisas
desdentadas. ¡Qué bueno es este silencio que nos acaricia el alma! Silencio que
sólo rompe el silbo del mirlo acuático o algún croar de las ranas...
Pero, ¿en qué estaría pensando? Si aún no os he presentado: “niña río,
ésta es mi niña; mi niña, ella es el río...” Las dos sois nuevas y bellas, aún
estáis comenzando, sois tan solo una ilusión de promesas y de hallazgos.
Y es que sois tan parecidas... esos rizos que se escapan de tu gorrito
de lana son sus flores de ranúnculo, amarillas y tempranas; tus labios su flor
del berro, tan rosada y delicada y tus tupidas pestañas, musgo de fuente en
montaña. Sois curiosas, y obstinadas... y nunca seréis más sabias.
¿Qué te pasa, mi princesa? Te estás frotando los ojos, tienes cara de
cansada... Los días aún son muy cortos y nos queda la bajada... Ven a mis
brazos, gordita, que ya volvemos a casa. Dejamos el nacedero, nos despedimos de
ella, seguimos nuestro camino, volveremos a encontrarla, mañana, quizás mañana.
Vámonos, tu madre aguarda...
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¿Y protesta
porque no pescamos ninguno?... Si es que esta niña no calla. Que si Laura me ha
hecho aquello, que si el cole es un plomazo, que si esas hojas de sauce dan en
el agua arañazos, que si mira aquel pinzón presumiendo en el ribazo...
Calla un poco, por favor. Y estate más quietecita... como si fueras un
junco o un carrizo de la orilla. Mira cuantos peces nadan en el agua
cristalina: tencas, percas y escardinios; rutilos, bremas y truchas; y allá
arriba en el torrente, algún salmón y algún coto, luchando contracorriente.
Nada, que esto es imposible... No me extraña que tu piel luzca tantos
cardenales. Hala, yo también dejo la caña y te acompaño a bañarte, pero ten
mucho cuidado que aún es fuerte la corriente, que ella baja desbordada,
atrevida y prepotente.
¿Te acuerdas de aquella vez que la viste entre las nieves? Ha crecido,
como tú, y ahora es más independiente. Ahora ella corre mucho, está hecha una
atolondrada, se pelea con las piedras, se columpia entre las ramas...
También ha hecho, como tú, muchísimas amistades. Mira aquella
musaraña, bajo la flor de cuclillo... se divierte salpicándola. Con la nutria
chapotea fabricando remolinos... allí retozan traviesas, junto a los lirios
floridos. Y, si esperas un poquito, verás un relámpago azul salir con algo en
el pico... es el martín pescador que va de regreso al nido.
Ya que habéis vuelto a encontraros, ¿por qué no habláis un ratito?
Ella dirá que ya es río, aunque todavía es torrente, tú le dirás que ya bajas
con la bici las pendientes; ella dirá que le dicen que es bravía y que es
rugiente, tú le dirás que en tu clase eres la más inteligente...
Seguís siendo tan iguales... En este mayo de Pascua de tibio sol y
lluvia mansa sólo os veo como una, mitad alocada niña mitad mujer que aún
aguarda. Quebradas y piernas largas, pecas y mucha rocalla, espuma e
inconformismo, mucho oxigeno en el alma...
Ven a secarte a mi lado, siéntate sobre esta toalla. Come toda la
merienda que tienes en esa cesta, que lo del pescado a la brasa es casi cosa de
guasa. Que no hemos pescado nada con tu charla que te charla... Bueno, en fin,
no pasa nada, que mamá ya iba avisada.
Vuelvo a mirarte a hurtadillas devorando tu bocata, con las piernas
encogidas, masticando ensimismada. De tus cabellos mojados corren por toda tu
espalda riachuelos revoltosos, hermanillos de tu hermana. Contemplas el agua
rauda que devuelve tu mirada mientras ríe a carcajadas, pues una culebra de
agua serpentea por su panza.
¿En que piensas, hija mía, que ahora ya no dices nada? ¿En que se
acerca el verano?... Todavía falta un poco. ¿En qué harán ahora tus amigas?
Cuándo llegues, al teléfono... ¿En qué el sábado, en el partido, Pablo no
estaba mirando? Será que no pudo, cielo. Pensar que hace poco tiempo él era un
tonto y un memo y ahora cada dos por tres, Pablo esto y Pablo aquello...
Bueno, si has acabado, mejor ya nos vamos yendo. Que mañana es día de
cole y ya está anocheciendo. Coge las toallas, las cañas y la cesta y ven corriendo,
a despedirte de ella que aunque se cree muy mayor aún es solo un arroyuelo.
Pronto creceréis las dos y volveremos a vernos.
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¡Que buena idea has tenido con lo del paseo en barca! Es siempre tan
apacible este recodo del río... Bueno, esta curva de ella, tú me entiendes...
¿verdad, hija? Qué bien el poder aislarnos por un rato de los otros; de los
niños, de mamá, de Pablo, de la ciudad...
Mira hacia aquellos nenúfares que resisten la corriente. Es que ahora,
en este tramo, ella ya es más reposada, desplegando en sus meandros una serena
elegancia mientras sigue nuestro bote, desde los ojos del puente, con reflexiva
mirada. ¿Ves la garza que rebusca en el fango con su pico? Ay, la hemos
asustado... ya se aleja en la distancia.
Bueno, en fin, sigue remando. Y cuéntame de tu vida... ¿Vas a cambiar
de trabajo? Pablo me ha estado contando que te exigen demasiado... Te veo un
poco más llena, como ella, con más curvas... ¿Estás de nuevo esperando? Tú bien
sabes que me encanta ejercer como abuelazo, pero tres, según se mire, pueden ya
ser demasiados.
¿Te acuerdas cuando, de niña, te traía hasta la orilla y te decía, a
menudo, que ella y tú sois parecidas? Pues aún sigo pensándolo, más si cabe
todavía; ella también ha cambiado, le ha trasformado la vida. Se ha vuelto más
sinuosa, más pausada y comedida. La experiencia deja poso, erosiona el día a
día... Además, y como tú, no para de parir vida; mira qué verde está todo
aunque estemos en agosto y hasta el hablar dé fatiga...
Sonríes; estás pensando “Vaya loco charlatán, con sus tercos
parecidos...” pues si, porque son verdad. Y si no mira adelante, hacia aquel
llantén de agua, como alborotan sus hijos entre las inflorescencias; esa
libélula es María, siempre la llevas tan guapa..., esa efémera, Rebeca,
danzando sin ton ni son... y el caballito del diablo… pues Pablito, el cabezón.
Ahora te ríes... y bueno, así es como lo veo yo. Deja que reme yo un
rato y sujeta tú el timón. O mejor suelto los remos y nos dejamos llevar, no es
que me canse, que conste, es sólo para variar. Te confesaré una cosa; a veces
creo que ella sabe que la quiero mucho, casi tanto como a ti... que sois mis
niñas del alma y creo que ella también me quiere un poquito a mí. Vamos a
cerrar los ojos... ¿Sientes como nos acuna, como nos mece en su abrazo? Si es que está hecha una madraza, que ya te
lo digo yo... Cuanto más mayor se hace ella, más niño me vuelvo yo.
¿Oyes? Nos están llamando... Que esperen un poco más. Ahora estás tan
ocupada y te tengo, para mí solo, tan poco... Sigue cerrando los ojos y escucha
el campo al pasar... Ah, que paz... Serán pesados ¡YA VAMOOS! Tenemos que
regresar... No sabes cuanto agradezco
estos ratos que me das. Ayúdame a dar la vuelta y en el viaje de regreso mete
la mano en el agua y dile que volverás.
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¿Notas el olor a mar? Cada vez estamos más cerca, pero aún no quiero
llegar. Deja que agarre tu brazo, que con el bastón y todo me cuesta un poco
avanzar... Hoy llevo tu camiseta, sabiendo que íbamos andar, que este frío de
noviembre cala mucho... ya sabes, aquella que me pusiste de regalo en Navidad.
¡Qué bonita es la marisma! Te agradezco que me saques a menudo a
pasear. Y es que ahora esta es la parte que más me gusta mirar. Ya sabes, la
parte de ella... no me vayas a regañar. Es que, desde que no está tu madre,
habló con ella mucho más. Sé que lo tomas a broma, pero me cuenta su historia y
yo le cuento la mía. Ésta tú ya te la sabes porque también es la tuya, y quizás
intuyas la suya, por esa misma razón:
Me habla de un río subterráneo que le robó el corazón, que le embriagó
con sus aguas y se fundió con su amor, de los muchos afluentes que amamantó y
que crió y que se marcharon lejos para cumplir su misión, de la paz que siente
ahora cuando se acerca el final... ¿No te suena todo eso? Te dije que os
parecíais ¿Tengo o no tengo razón?
Esta zona es más vacía, aquí ya no hay tanta vida... pero las aves y
plantas que la habitan son más fuertes. La gaviota, el tarro blanco, el
ostrero, la espartina. La vida nos hace fuertes, nos enseña a acomodarnos a la
sal o a la diabetes... o incluso a la soledad. Y aunque las aguas que bajan ya
no son tan cristalinas dejan limos empapados de paciencia y de piedad.
Vamos hasta aquella roca. Ya no quiero avanzar más. Y no es que esté
cansado es que no quiero ver el mar. Me gusta mirarle a ella antes de
desembocar. Sigue estando muy hermosa, igual que tú, mi tesoro. Y aunque ahora
estés más sola, no debes sentirte inútil, aún tienes mucho por dar.
Mira hacia arriba; son ánades, que regresan de ultramar. Antes pasaron
las ocas y los cisnes, faltan pocos por llegar. El invierno se aproxima. ¿Sabes
dónde acabarán? Pues donde mi niña-río, que nunca envejecerá. Ella curará su
cansancio, a sus crías nutrirá y por los siglos de los siglos, de la montaña al
estuario, con las hijas de tus hijas su destino trenzará.
Vámonos, que tengo frío; me apetece regresar.
Deja que coja tu brazo.
Adiós, mujer-río, adiós. Que te vas y no te vas. Que cambias y eres la
misma, que siempre estarás naciendo y te mueres sin cesar.
Adiós, amiga querida, nos veremos en el
mar.