EL
PROPÓSITO (relato corto inspirado en mi último viaje a Madrid)
Se contaban por
miles los visitantes que ese segundo fin de semana de junio recorrían, afanosos,
el bochornoso a aquella hora de la tarde parque del Retiro. Sus razones para
peregrinar arriba y abajo como salmones en ese movedizo río de humanidad― bastante
apelotonados pero manteniendo casi unánimes una prudente distancia de seguridad
con las concatenadas casetas de aquella Feria del libro 2014― eran muchas y
variadas. Algunos habrían dejado para el final, pues aquello se acababa mañana,
la compra del ejemplar más deseado y hacia él se dirigirían ahora, anhelantes,
otros quizá confiaban en toparse “in extremis” con aquel escritor famoso que
aún no se había dejado ver a pesar de estar anunciado y otros, en fin, puede
que solo deambularan sin rumbo por no tener otra cosa mejor que hacer ese
sábado a la tarde. Pero la Feria concluiría muy pronto,
la Oportunidad se acababa y, por ello, en
muchos corazones rebullía un propósito secreto. No, «un» no, mejor sería decir
El propósito. Muy pocos eran conscientes de él, pero ahí estaba. Está. En
muchos corazones. En muchos corazones rotos.
………………………..
El
empellón la hace parpadear, desconcertada. Un joven con una chupa negra, sus
ojos aún demasiado cerca de los de ella, masculla huraño una disculpa mientras
se frota el hombro izquierdo, no lejos del corazón, al tiempo que la corriente
de caminantes no cesa de fluir en sentido contrario y va alejándolo, implacable, de su posición.
Ella
es una mujer de esas que decían antaño “de bandera”. Hermosa, de cuerpo
atlético pero al mismo tiempo grácil, con una larga y brillante cabellera negra
y ojos dulces y azules como el cielo de verano. Viste con elegancia y sus
movimientos son delicados pero también imbuidos de la seguridad que dan los
años de saberse cómoda en cualquier lugar o situación. Toda ella irradia éxito.
Y sin embargo… Y sin embargo ella ha llegado esa tarde al parque del Retiro en
busca de refugio, para “desaparecer” entre la multitud. Esa misma mañana le han
dado la noticia: tiene una extraña variante de Alzheimer y pronto lo olvidará
todo: Que un día fue hermosa, que fue empresaria de éxito, que amó a su pareja
y a sus hijos, que tuvo amigos. Todo. Al parecer, el proceso ya está muy
avanzado, se resistió demasiado a ir al médico la que nunca enfermaba y, por si
todo eso fuera poco, le han dicho que la velocidad del mal será exponencial, o
sea, que las cosas se esfumarán cada vez más y más rápido.
El
joven de la chupa, todavía con una cierta molestia en el hombro izquierdo, se
sigue dejando llevar por el flujo de gente mientras piensa en lo guapa que era
aquella mujer de la melena azabache con la que se acaba de cruzar y esa
tristeza que le ha parecido leer en su clara mirada le lleva a pensar en su
madre, una mujer que según dicen también fue muy bella. Ahora ya no es ni la
sombra de lo que fue y la culpa no solo es del tiempo… Los pensamientos saltan
de su madre a su padre y la cólera, esa vieja amiga que le ha acompañado desde
que tiene memoria, se reaviva en su interior. «El viejo torturador…» no es lo
que más duele el maltrato físico, a eso tanto su madre como él han tenido una
vida entera para acostumbrarse, no, lo que más duele es el menosprecio, la
humillación latente en cada gesto, la anulación de cualquier atisbo de autoestima,
ese «machaque» diario que les ha convertido en fantasmas en una casa en la que
solo parece existir Él, señor de la vida y la muerte… El joven sabe que lo peor
de todo es que un monstruo gemelo al primero ha ido creciendo en su interior,
que es incapaz de pararle los pies pues «habita en sus zapatos», y que ese ogro
infame que encima se las da de buen hijo también menosprecia en secreto a su
madre no menos que a sí mismo, a pesar de lo mucho que la quiere, que la adora.
A veces piensa que se lo merece, que ambos se lo merecen. Y jamás, ni por un
segundo, se siente en paz ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?.... Podría ser el
estribillo de la canción de su vida. Se lo cuestiona todo, como paso previo
para echarlo todo a perder; amigos, parejas, proyectos…, casi con saña
fanática, y la conclusión es siempre que la vida es un sinsentido. Y entonces
viene, se diría que como una consecuencia lógica, la tentación de acabar
con todo, de castigarle a él, y a ella… y a sí mismo, sobre todo a sí mismo,
por no haber sabido jamás protegerla y protegerse. Porque la otra opción sería
matarle a él, destruirle por completo de una vez por todas ¿Y luego qué?
―
¿Sabes a qué hora cierran las puertas?
La
juvenil voz corta de cuajo esa perturbadora línea de pensamiento. Una
adolescente pelirroja, con sus largos rizos apenas disciplinados dentro de una
torpe coleta, le mira con las manos metidas en los vaqueros y un leve balanceo
adelante y atrás mientras sigue escuchando música por uno de sus auriculares.
―No…
no lo sé… Creo que a las diez. Pero mejor pregunta a otro ― responde aquel
joven de alborotado pelo castaño, bruscamente, sin poder disimular del todo la
conmoción que siente en esos oscuros momentos.
Quién
sabe cuánto de todo ello capta la chica, pero el caso es que no le sale ni
siquiera un «gracias» y con un simple gesto de cabeza, como dando por buena la
sugerencia, se aleja precipitadamente. Por un instante, el joven piensa que la
actitud desenvuelta de la chica es todo fachada y que en realidad ella está
profundamente asustada. Sabe que nada de ello tiene que ver con él pero esa
intuición le hace titubear, desear haber sido un poco más amable… pero, al
perderla de vista, pronto acaba relegándola a un segundo plano en su mente para
volver a seguir rumiando su rencor.
En
realidad la joven pelirroja no anda lejos. Se ha dejado caer con la espalda
apoyada en el lateral de una de esas casetas que rematan cada grupo de doce o
quince, permitiendo un breve pasillo entre grupo y grupo.
«A
las diez. Aún faltan horas…», piensa sin poder creer del todo lo que se ha
propuesto hacer y notando cómo esa incredulidad acelera más y más los latidos
de su corazón. Obliga a este último a aplacarse mientras concluye: «No importa.
Esperaré. Pero no volveré con ellos. Nunca más. No lo haré». Imagina que
todavía no habrán comenzado a inquietarse; los unos pensarán que está con los
otros y los otros con los unos. Sabe que a nadie, ni entre los profesores ni
entre los alumnos, su ausencia le importará en el fondo un comino pues no
ignora que, lo pinte como lo pinte, nadie la quiere lo suficiente. No, “lo
suficiente” sobra. Nadie la quiere y punto. ¿Por qué iban a hacerlo? Esas
instituciones como en la que ella está ingresada desde que era un bebé ni dan
ni esperan amor. Quien piense lo contrario es un cursi patético y un cretino. Y
en realidad ella tampoco lo necesita; se las apañará muy bien sola. Lo único
que quiere ahora, ahora que ya tiene quince años, es ser dueña de su destino, y
Madrid, por poco pesquis que se tenga, seguro que le podrá proporcionar esa
libertad fácilmente. Fingirá tener tres o cuatro años más y se convertirá en
una hija de la calle como hay tantos, sí señor, pero por lo menos será libre… y
sin tener que depender de nadie. Se dice a sí misma que el miedo que siente es
solo a que la encuentren y la obliguen a meterse en el autobús de vuelta (de
vuelta al orfanato, al maldito antro…) y que por
ello tendrá que estar muy atenta y esconderse bien hasta que pase la hora de
cierre. Supone que, por cubrir el expediente, al menos denunciarán su
desaparición, pero ahí se quedará todo y los dos
años y pico que faltan para su mayoría de edad pasarán pronto. Solo su
terquedad le impide ver lo grande que es su miedo, las otras razones mucho más
oscuras y evidentes y, en definitiva, lo indefensa e inexperta que aún es ante
el mundo. Solo su corazón sin duda lo sabe con certeza y late alocado como si fuera
el de un pequeño gorrión caído del nido.
………………………….
Ha
transcurrido un rato difícil de precisar desde que un campanario lejano dio la
medianoche. Hace tiempo que la oscuridad es densa y las ordenadas casetas, en
su disciplinada formación, parecen dormitar con las persianas echadas como
blancos párpados de improbables cíclopes, bajo los pocos rayos de luna que
consiguen escapar al abrazo del verdor. El silencio es, obviando el suave rumor
del incesante tráfico nocturno circundante, casi total.
Bastante
más hacia el interior del parque en dirección al estanque, junto a un sendero jalonado por bancos, la muchacha
adolescente de roja y desgreñada coleta sale torpemente del tupido arbusto que
le ha servido de escondite, sintiendo como un millón de agujillas el despertar
de sus músculos entumecidos. Su cabello escarlata se ha vuelto ahora
discretamente pardo en la penumbra que la envuelve pero el que su pelo llame o
no la atención es lo de menos ya que, por fin, parece no haber nadie por los
alrededores. El chico de la chupa de cuero debía haber hablado por no callar
cuando dijo que cerraban a las diez… dos incómodas y largas horas más ha tenido
que pasar agazapada hasta que el parque ha quedado definitivamente desierto y
ha podido salir de su escondite. Pero apenas le ha dado tiempo a hacerse, ya
erguida, una breve composición de lugar antes de que unos ahogados sollozos le
sobresalten, descarnadamente magnificados en el silencio de la noche.
Después
de escuchar, petrificada y atenta, mientras la circulación de sus piernas cesa
poco a poco en su hormigueo, la chica consigue calmarse lo suficiente como para
que una urgente necesidad de saber qué significan esos lloros, tome las riendas.
Intentando mantener el sigilo, la chica se dirige hacia donde parece proceder
el sonido. Su origen no está lejos, apenas unos cuantos bancos más allá, pero
ha sido la total quietud hasta entonces de aquella que acaba de romper a llorar
la que le ha hecho fundirse, durante varias horas de alelada “ausencia”, con la
oscuridad del parque. Y así hubiera seguido, completamente desapercibida, si ese
llanto brotando sin anunciarse no la hubiera sacado de golpe de su perfecta
invisibilidad.
Quien
sabe qué truculenta escena espera encontrar la joven pero, ahora que está a su
altura, simplemente ve sentada en ese banco en sombras a alguien llorando, a una
solitaria mujer de larga melena con el rostro escondido entre las manos, y a
pesar de ser exactamente lo que prometían aquellos sollozos, ni más ni menos, es
algo que de algún modo tranquiliza a la joven. No parece haber nadie más por
los alrededores que le haya molestado o agredido y, sin saber muy bien el
porqué de su audacia se acerca despacio al banco, confiando en no sobresaltar a
su ocupante pero sin atreverse aún a alzar la voz para anunciar su presencia.
Tampoco
sabe explicarse a sí misma lo que la empuja a apoyar su mano en el brazo de la
mujer que solloza pero, aunque el gesto induce a esta a asomar su rostro
lloroso y mirar hacia arriba, ni antes ni ahora que está constatando la
presencia de una extraña frente a sí, parece la mujer sobresaltarse demasiado.
Lo que refleja su hermoso rostro es más bien desconcierto, una mezcla extraña
de despiste y ensoñación pero sobre todo, como no deja de pensar la joven
mientras la mira en silencio fijamente, una hondísima tristeza.
Unos
segundos después, la mujer manifiesta aceptar lo que ocurre sin querer hacerse
demasiadas preguntas y se limita a dar unos golpecitos a su lado en el banco,
en un gesto claro de invitar a la joven a sentarse junto a ella. Sin romper el
silencio, tras unos instantes de desconcierto, la joven decide complacerla y se
coloca a su lado en el banco. Ya no hay llantos que rompan el silencio y los
sutiles sonidos de la noche en el solitario parque parecen querer arrullar a
ambas mientras, sin cruzar palabra alguna, sin ni siquiera mirarse la una a la
otra, fijos los ojos ante sí, se diría que ambas aguardan quién sabe qué.
Una alegre
música de organillo comienza de pronto a escucharse muy cerca como si se tratara
de otra hora completamente distinta y, en realidad, incluso de otra época en
que aún hubiera organilleros en el parque del Retiro. Las dos ocupantes del
banco, ahora sí, se miran la una a la otra, sorprendidas, pero enseguida la de
mayor edad parece perder el interés y vuelve su rostro al frente, indiferente.
Por su parte, la otra se ha levantado de un brinco y desea ir a investigar pero
antes mira a la mujer pensativa, y descubre que no solo no le produce ningún
temor o extrañeza su compañía sino que todo en su solitaria persona le
transmite algo muy intenso, una rara mezcla de confianza y compasión difícil de
ignorar. Sin haberlo planeado previamente, le tiende la mano y espera una
respuesta. Al poco la mujer vuelve la mirada y parece sorprenderse de encontrar
a la chica todavía allí pero también alegrarse por ello y, con una sonrisa casi
de niña grande, con ojos un noventa por ciento tristes pero un diez
incongruentemente risueños, toma la mano de la joven y se deja llevar en
silencio.
Caminan
lentamente por el sendero y no tardan en llegar a una de las muchas
encrucijadas del parque. El sonido persiste, alegre e invitador, y a él se suma
ahora una luz, se diría que de camping gas, procedente del ramal de la derecha.
Tomando esa nueva vereda, pronto llegan a la zona de las dormidas casetas de la
Feria, en concreto a aquella área central en la que la línea algo sinuosa que
parte de la puerta de la calle O´Donell parece enderezarse y ensancharse antes de seguir atravesando el
parque en esa agrandada dimensión, ahora convertida en doblemente rectilínea,
separada en el medio por los distintos stands de empresas e instituciones. En
el lugar al que ahora se aproximan, durante el día también suele haber pequeños
tenderetes ambulantes, así que si no fuera por lo impropio de las horas y por
ser ellas dos las únicas clientes potenciales que acuden al reclamo de esa
pasada de moda melodía, la presencia del musical puestecillo no sería algo tan
insólito. Una figura corpulenta sentada en una silla baja aguarda de espaldas a
ellas pero, al parecer, ha debido de detectar su llegada porque, aunque no se
gira, de pronto empieza a pregonar su mercancía al ritmo del organillo:
―
¡Souvenirs de la Tierra Hueca! ¡Souvenirs para pobres almas huecas
directamente traídos de la Tierra Hueca! ¡Vengan, vengan a ver! ¡Seguro que
encuentran algo a propósito para la ocasión! ¡Vengan a ver los souvenirs de la Tierra Hueca!
Las
palabras que escuchan no parecen tener mucho sentido para ninguna de las dos,
pero la masculina voz que las profiere es tan hermosa y llena de matices que se
sienten impelidas a acercarse al fulgor de aquella susurrante luz de gas. No
obstante, alguien se les adelanta; seguramente procedente de otro de los
senderos que allí convergen, diríase que este otro personaje aparece de la nada
en el escueto perímetro iluminado. Las dos podrían haberle reconocido, ya que
ambas han cruzado sus caminos con el recién llegado horas atrás―una por medio
de un involuntario choque y otra a través de una pregunta cuya respuesta no
sirvió de mucho― pero ni ellas lo recuerdan a él ni él a ellas y aunque alguno lo
hubiera hecho, ninguno está en esos instantes pendiente de otra cosa que no sea
el pregonero y su pequeño puesto.
―Ah,
ya estáis aquí. Habéis venido los tres. Perfecto. Acercaos, acercaos, por
favor.
La
más joven de las dos mujeres mira al chico con recelo tras su repentina
aparición y ve un hilillo de sangre caer por su pómulo izquierdo, algo hinchado
con respecto al derecho. Súbitamente se asusta no tanto por el desconocido en
sí ―cuya atención, por su parte, sigue completamente focalizada en el individuo
que les ha congregado en derredor― sino porque es ahora cuando comprende que ha
sido una ingenua al pensar que el parque se quedaría desierto al caer la noche.
Quizá el joven haya tenido un encontronazo con uno o varios guardias nocturnos
o quizá con gente aún más siniestra pero lo que sí tiene claro ahora es que
sola en aquella oscuridad ha corrido un peligro en el que en su inconsciencia
no había pensado. También ella se acerca ahora a la luz con renovadas ganas,
pues se suma la necesidad de rodearse de otras personas y escudarse en ellas,
con lo que la mujer que sigue dócilmente sin soltarse de su mano, se acerca
también situándose todos frente al hombre sentado, pero por más que lo intentan
no son capaces de verle el rostro, las sombras parecen hacerse más densas en
torno a su rasgos y solo su voz sigue invitándoles a que se acerquen, franca y
acogedora.
―A
estas horas, mis tarifas se vuelven de lo más competitivo―anuncia antes de
soltar una risita, tras la que luego masculla: «ay, pero qué payaso soy… Pero,
no, seamos serios». Vuelve a centrar su atención en los tres visitantes
mientras retoma su saludo― Era una broma. En realidad, os ofrezco uno de ellos
sin pediros nada a cambio. Digamos que son una especie de… talismán. Elegid el
que más os guste― concluye, esperando su reacción con sumo interés.
Los
aludidos miran el contenido de la destartalada mesita y sobre un oscuro mantel aparecen
desperdigadas muchas pequeñas figuritas antropomórficas de artesanía, como de
hadas o duendes, con un cordel en la parte superior que indica a las claras su
finalidad de ser colgadas al cuello. Mientras que los dos más jóvenes parecen
no saber muy bien qué hacer, la mujer se suelta sin previo aviso de la mano a
la que se sujetaba y toma una de las figuritas para luego mostrársela al
vendedor como queriendo confirmar que puede quedársela.
―Sí,
sí, póntela, ahora es tuya. Bueno, supongo que siempre ha sido tuya…― contempla
compasivo a la mujer pasarse el cordel por la cabeza mientras comenta: ―Así que
en tu caso se trata del miedo; estás llena de temor. Debe ser duro saber que
poco a poco lo irás perdiendo todo, que irás perdiéndote a ti misma mientras
vas hundiéndote en el olvido… Supongo que por eso has elegido a una diosa, y a
una diosa guerrera más concretamente, porque quieres luchar contra esa pena y
contra ese olvido. Sí, me parece perfecto, probablemente esa diosa incluso
comience habiéndolo olvidado todo y luego, poco a poco… sí, definitivamente
creo que has hecho una buena elección…
―
¿Pero qué significa todo esto? ¿Es que te estás queriendo quedar con nosotros?―
le espeta, manifiestamente colérico, el chico. Tiene ya una de las figuritas dentro
del puño, pues el cordel cuelga por debajo, y acompaña la pregunta de un
agresivo gesto con dicho puño. Pero el hombre calla, ignorándolo y volviendo su
atención hacia la más joven de los tres, la chiquilla pelirroja que ahora,
inquieta, intenta ver con más detalle los rasgos de su figurita.
―Querida
muchacha, tu elección también estaba bastante clara…― afirma, alegremente,
ignorando aquellas últimas palabras y dirigiéndose a la chica―. Lo tuyo es un
caso muy claro de soledad, desamor y, por consiguiente, de la profunda tristeza
que eso acarrea. Tu figurita, al igual que la otra, es también bastante peleona
y aventurera pero no se trata de una diosa ni falta que hace. Solo es una niña,
como todavía lo eres tú también aunque te empeñes en negarlo, una niña que encuentra
su hogar, un hogar grande, maravilloso y, sobre todo, lleno de seres que la
quieren de corazón y a la que ella aprenderá a amar del mismo modo. Es una niña
que un día será una mujer pero que antes habrá vencido a la tristeza y que, por
lo tanto, vivirá una vida larga y feliz, sabiéndose dichosa y compartiendo esa
dicha. Un destino verdaderamente hermoso, sí. Y en cuanto a ti, jovencito…
Un
estridente silbato hace callar al hombre cuando se dispone a hablar con el
muchacho. Eso, sumado al atropellado correr de varios pares de botas en su
dirección les informa que un grupo, previsiblemente de guardias nocturnos, se
dirige veloz hacia ellos. Puede que la causa sea alguno de los allí reunidos y
su extemporánea presencia en el parque o puede que no y que estén persiguiendo
a otros intrusos pero en realidad da igual, el hombre del tenderete no parece
querer quedarse a averiguarlo y sin mediar palabra, sin un gesto ni un saludo,
pliega sus cosas y se pierde en las sombras en un visto no visto.
El joven
vestido de oscuro, puede que escarmentado por algún encontronazo previo similar
―como bien podría dar fe, quién sabe, el rasguño del pómulo― no lo duda
demasiado:
―Vamos,
seguidme, tenemos que salir de esta zona sin árboles y meternos por los senderos
pequeños hacia la parte más intrincada del parque. Corred.
………………………….
Al
poco rato están los tres sentados en un banco, jadeantes, y por el sonido cada
vez más alejado del silbato parece que han conseguido dar esquinazo a aquellos
que lo están usando. Es el joven el que vuelve a tomar la palabra.
―No
sé qué opinaréis vosotras pero a mí me parece que ese tipo era un quincallero
pernoctando en el parque y que, aprovechando nuestra presencia, ha querido
exprimir a fondo el reclamo de la Feria incluso a estas horas, vendiéndonos algunas
de sus baratijas. Cuando nos hubiéramos encaprichado lo suficiente con la de
cada cual, hubiera venido lo de «soltar la mosca»… Bueno, pues lo que es yo, al
menos, me pienso quedar con la mía. Por las molestias― concluye, colgándose
también él la figurita del cuello.
Después
de un prolongado silencio en la que probablemente todos caen en la cuenta de que,
en realidad, se acaban de juntar con dos absolutos desconocidos, parece que el
joven, ya que es el que ha tomado la iniciativa a la hora de dirigirse a ellas,
se siente en la obligación de dar un paso más.
―No
penséis que yo suelo estar en el parque a estas horas ―dice, comprendiendo que
ellas hasta podrían estar pensando perfectamente que es un delincuente o un pervertido―.
De hecho, es la primera vez… lo que pasa es que me encontré con un par de tíos
en una zona algo solitaria cuando ya oscurecía y precisamente estaba a punto de
marcharme. Supongo que pretendían atracarme, así que yo intenté defenderme lo
mejor que pude y, bueno… debí perder el conocimiento porque de lo siguiente que
me acuerdo es de despertarme junto a un árbol cuando ya era de noche y el
parque estaba cerrado.
La
penumbra reinante disipa en el chico la preocupación de que puedan observar su
sonrojo. Pero qué mentiroso puede llegar a ser… La historia que les ha contado
es casi verdad, pero no del todo; esos tipos no habían querido atracarle ni
mucho menos, fue él el que eligió, más o menos conscientemente, a los que le
pareció que podían dar el «perfil» y les provocó hasta conseguir la pelea que
necesitaba para aplacar su cólera. Sí, le habían dejado algo machacado pero él
también había repartido leña y ahora se sentía bastante mejor. Hasta que la
presión volviera a ser insoportable… No era la primera vez que se metía en líos para
sacar a flote su ira, pero sí la primera que no regresaba a casa por la noche y
no serían un puñado de guardias jurados los que lo echaran de allí. Al pensar
de nuevo en los guardias nocturnos comprende que ninguna de las dos va a
creerse ni por un segundo que una pobre víctima de un atraco iba a optar por huir
de la autoridad competente al oírla llegar y está por volver a tomar la palabra
para decorar un poco mejor su mentira y, de paso, presentarse formalmente a
ellas al tiempo que les pregunta sus nombres, cuando pasa algo sorprendente.
Es
una niña como de unos seis años con el pelo crespo más enredado que ninguno ha
visto nunca y con unos ropajes demasiado grandes y de un aspecto extrañamente «vegetal».
Viene corriendo por el sendero y, en principio les pasa de largo pero luego recula
un poco y acaba plantándose ante ellos con una enorme sonrisa. Luego se lleva
el dedo índice de la mano derecha a los labios pidiéndoles silencio en una
prolongada “s” para luego decir en un susurro:
―Venid,
deprisa, que no os vea.
Y
entre resoplidos de risas mal contenidas les insta, hecha un manojo de nervios,
a que la sigan. Es tan exagerada en su caricaturesco sigilo y en sus
incontrolables brincos de impaciencia, tal el encanto de su infantil desparpajo,
que a ninguno de los tres les cuesta mucho acabar siguiéndola a la carrera
hacia un grupo de árboles que conforman una especie de calvero. No tarda en
aparecer aquella de la que se esconden los cuatro, bastante mal por cierto, ya
que no les ha dado apenas tiempo de buscar un buen escondite y, si la primera
les ha dejado sorprendidos, esta segunda les deja atónitos: es,
incuestionablemente, de color verde.
―
¡Ah, te encontré, Ippuk! ¡Estás ahí! Sal ahora mismo, que te veo perfectamente.
Y tráete a tus nuevos amigos contigo que los quiero conocer.
………………………….
Al
poco se encuentran los cinco sentados en círculo en ese mismo calvero,
iluminados bastante intensamente por la luz de la luna. La mujer de piel verde
y fieros ojos amarillos se dispone a hablar.
―Mi
nombre es Gálora, ojos de fuego. Y ella―dice señalando a la niña, sentada junto
a la chica pelirroja que no deja de
mirarla de hito en hito mientras estruja en su mano la figurita que cuelga de
su cuello―, ella es Ippuk, moradora de los legendarios bosques cántabros. Las
dos tenemos vínculos profundos con los árboles… quizá por ello nos gusta salir
de aventura juntas― concluye sonriendo a la niña que le devuelve la sonrisa con
entusiasmo.
―Pero
la niña, Ippuk…―balbucea la muchacha que sigue aferrándose al colgante―… se
parece muchísimo a la muñequita que me dio aquel hombre, pero muchísimo,
muchísimo ¿cómo es posible…?
―A
sí, el señor Piedra Palo, eso es porque yo seré tu madrina. Si tú quieres,
claro…―dice la aludida mientras descansa unos segundos su manita sobre la
rodilla doblada de la que está sentada a su lado, sonriendo―. Tu historia ha
debido ser muy triste… y muy solitaria. Como la mía. Pero otra historia está
aguardándote aquí, esta noche, en el parque del Retiro…
―Sí,
aunque no será igual a la tuya; será otra― responde la mujer de la piel del
color de las hojas, dirigiéndose a la tal Ippuk.
Luego
se vuelve hacia aquellos tres que tienen todos sus sentidos volcados en ella.
―Ha
llegado el momento en que sepáis toda la verdad. Habéis de saber que todos los
años, en este parque del Retiro, al terminar la Feria del libro es tal la
acumulación de fantasía que se trasforma en verdadera magia. Es una magia muy
poderosa que durante una sola noche, la última noche de feria, consigue que lo
imposible se haga realidad. Las líneas que separan realidad y ficción pueden
entonces llegar a hacerse tan finas que, por un breve instante, casi se puede
decir que desaparecen. Si en ese momento existe un candidato idóneo y una
persona que antes haya pasado por lo mismo le tiende la mano desde el “otro
lado” y le ayuda a pasar a una nueva historia vital, quién sabe… Este año
parece que de nuestra caseta sois tres, así que tres deberán ser también, por
nuestra parte, los ayudantes. Y sí, en efecto, tu figurita se parece a Ippuk porque
ella será la que amadrine tu tránsito al «otro lado», si así lo deseas.
―
¿Y entonces? ¿Tú…? ¿Yo…? En fin, ¿qué se supone que va a ocurrir ahora?―
pregunta, trémula, la bella mujer de cabellos negros como quien despierta de un
largo letargo mirando alternativamente su propia figura y los rasgos de la
mujer de piel verde una y otra vez. En su mirada sigue habiendo mucho dolor
pero también un nuevo brillo de algo parecido a la ilusión.
―Sí,
como veo que intuyes, en efecto en tu caso yo voy a ser la que te conduzca
hacia el umbral, si esa es tu voluntad. Tampoco yo me llamé Gálora en otro
tiempo, ni ella Ippuk… Tuvimos vidas que ya no queríamos vivir y alguien, como
ahora nosotras a vosotras, nos dio en una
feria del libro la oportunidad de vivir otra vida. Yo me convertí entonces en
una poderosa hechicera… y, en cuanto a ti, el viento me ha contado que tu destino
es convertirte en diosa, en una muy especial que empieza no sabiendo nada,
habiendo olvidado todo lo que conocía y que, al explorar y, sobre todo, al amar,
va recordando más y más hasta rescatarse a sí misma.
―Pero,
¿y yo? A mí nadie me ha dicho aún cómo sería esa otra vida que se me ofrece ―
interviene de nuevo la chica más joven, insatisfecha de la explicación que se
le ha dado.
Ippuk
se ríe con ganas mientras la intenta tranquilizar diciendo:
―A
cada uno solo se le dice aquello que debe saber. La mayoría es sorpresa― otra
carcajada vuelve a brotarle antes de seguir―. Tú harás un gran viaje, el más
bonito y cautivador que puedas imaginar y en él no solo descubrirás tu hogar,
sino un destino singular y hermoso y, por encima de todo, el amor compartido,
grande y fuerte, los amores sería mejor decir, que hasta ahora te han sido
negados.
El
chico de cabello castaño, que hasta entonces ha permanecido callado, deja por
fin brotar su enojo sobre todo para ocultar al resto el miedo que siente de
quedar excluido de todo aquello, de quedar al otro lado de esa puerta de
salvación que parece abrirse ante las dos mujeres. Su tono es una extraña mezcla
de burla y fingido desdén.
―Al
parecer, a mi rescate no quiere acudir ningún hada madrina, así que toca
fastidiarse y seguir aguantando esta miserable vida ¿verdad?― para su
frustración, unas lágrimas inoportunas comienzan a rodar por sus mejillas
pugnando por desbaratar su actitud―. Y eso que el tal señor Piedra Palo también
dijo que yo cogiera una. Y la cogí. Con sus alitas y todo…
―
¿Con alas? A ver… déjame ver tu talismán, muchacho―dice Gálora con un tono tan
autoritario que para en seco el derrotado llanto del chico y le induce a
mostrar dócilmente su colgante ―Ah, claro, por supuesto…―murmura ella mientras
cruza una inteligente mirada con Ippuk que se limita a asentir con entusiasmo.
―
¿Qué es lo que pasa? ¿Es que vuestra colega Campanilla ha cogido vacaciones o
algo así?―dice el chico, haciendo a la desesperada una última intentona de
mantener su tonta pantomima.
―Te
estás colando, chaval, pues ni Gálora ni yo somos en realidad seres feéricos
―interviene de pronto Ippuk―, y te puedo asegurar que de todo eso yo sé un rato
largo ―presume, pícara, con una mueca traviesa―, aunque has de saber que tu
figurita en realidad tampoco representa a un hada… es un ángel y eso explica a
la perfección porqué aún no ha acudido a ofrecerse como padrino de tu tránsito.
Se habrá entretenido en la fuente ¿verdad, Gálora?
―Muy
probablemente―reconoce la aludida―, pero el tiempo corre, así que quizá fuera
mejor que acudiéramos a su encuentro. Vamos; acompañadme.
No
tiene que repetirlo una segunda vez y encabezados por un joven muchacho de
profundos ojos castaños que no disimula demasiado bien su impaciencia, todos
siguen presurosos a la verde hechicera por los senderos del parque del Retiro.
……………………
No
tardan en llegar a la fuente del ángel caído, famosa por ser una de las pocas
dedicadas a Satán, y sentado en el borde de la misma un hombre, tan hermoso
como sombrío, y tan rudo y viril en realidad que es francamente la antítesis de
Campanilla o cualquier otra hada, se mesa los cabellos con la cabeza hundida
entre los hombros mientras murmura:
―Yo
soy Uriel, la luz de Dios, los ojos del Creador… y, en cierto modo, cómplice de
que tú, hermano, volvieras tu mirada hacia esta pobre Tierra…
Al
percibir que no está solo, calla en su soliloquio y poniéndose en pie se dirige
hacia el grupo y tras echarle un rápido vistazo en su conjunto, centra su
interés en el muchacho al que, sujetándole por los hombros, engarza fieramente en
su mirada mientras le dice:
―Sí,
indudablemente solo alguien como yo puede ayudarte a pasar al “otro lado”, si
es que es tu deseo; eso lo veo claro. Hay mucha cólera en ti. Ambos conocemos
demasiado bien el Lado Oscuro… Perdona mi tardanza, me he dejado llevar por los
recuerdos… y por el remordimiento… y he desatendido mi tarea. Discúlpame.
En
el rostro del chico no hay en absoluto resquemor alguno sino solo un intenso
anhelo. Al igual que les ocurre a sus dos recientes compañeras, sabe desde lo
más profundo de su corazón que está en juego algo crucial, y ahora sigue como
ellas en silencio, aguardando expectante más explicaciones. Aunque no ve el
menor atisbo de plumosas alas que asomen por la
chamarra de cuero, bastante similar a la suya propia, que luce el hombre de la
fuente, descubre una majestad en su interlocutor que le hace tener la seguridad
de que, por increíble que sea todo en aquella alucinante noche, está cara a cara
frente a un ángel, y uno de muy alto rango además. Este, ajeno a los pensamientos
del chico y a la sorpresa que acarrean al que siempre ha sido tan desconfiado y
suspicaz como el que más, sigue hablando casi como para sí.
―En
la nueva historia que se ofrece ante ti, muchacho, podrás llegar a ser nada más
y nada menos que un rey, un rey muy joven pero sin embargo muy sabio que tras
sufrir bajo el yugo de un padre tan poderoso como cruel y ver padecer
igualmente a su querida madre, aceptará el reto de tomar las riendas de su
destino renunciando a la ira en favor de la paz, y se gobernará a sí mismo con
sabiduría creciente como requisito previo para gobernar algún día a todo un
reino…
―Acepto―
se oye el muchacho exclamar a sí mismo para su propio asombro, para su propia
incredulidad. Jamás hubiera creído que pudiera anidar en su corazón tal anhelo,
tal sed, aguardando precisamente aquel momento, y que ni más ni menos que esas
feroces ganas hayan sido las causantes de creer ahora sin condiciones, de un
modo tan acrítico e incondicional.
Curiosamente,
es ese fervor, esa fe, lo que acaba de disipar en las otras dos mujeres los
últimos atisbos de suspicacia y les hace secundar confiadas al muchacho en su
ferviente deseo por completar cuanto antes el proceso que les otorgará la
oportunidad de una nueva vida.
………………….
―Si
no he entendido mal, lo que nos queréis decir es que, solo por esta noche,
existe la posibilidad de pasar a vivir en un libro, por muy disparatado que eso
suene…―dice la mujer que camina por el sendero del brazo de la hechicera de
ojos de fuego.
―…
y que a vosotros os pasó igual, que también se os dio esa oportunidad y que por
ello seréis los que nos mostréis la forma de hacerlo― le toma el testigo el
muchacho que, caminando hombro con hombro con Uriel, parece una versión más
juvenil de este; el parecido es innegable.
―
¿Significa eso que yo me adentraré en tu libro, que me iré a vivir contigo y
con el rabadan, el pataricu, el gusapín… y todas las demás criaturas mágicas
que me acabas de contar que pueblan los bosques cántabros? ¿Y ella también se
irá con Gálora a Cirax? ¿Y él… y él irá al cielo, que es donde supongo que viven
los ángeles?― concluye la joven pelirroja que camina de la mano de Ippuk como
si fuera su querida hermanita pequeña, para mayor regocijo de ésta que se
muestra feliz como unas castañuelas y que al oírla no puede evitar soltar una
carcajada.
Gálora
también se sonríe pero es Uriel el que, con todo lo contrario a la alegría en
los ojos, también se permite un atisbo de sonrisa antes de aclarar:
―
¿Al Cielo…? No, Neo-Babylon no es lo que se dice el cielo, preciosa―musita
mirando a la joven fijamente. Luego se esfuerza por dulcificar el tono antes de
proseguir, dirigiéndose ahora a los tres―. Ninguno iréis a los mundos a los que
pertenecemos nosotros… Tendréis el vuestro, el que encaje en vuestro propósito.
Lo que si os puedo decir es que, siendo el señor Piedra Palo la encarnación del
espíritu de todos los escritores y escritoras de nuestra caseta (hay muchos
otros, unos años más, otros menos, pero cada uno se encuentra con el que se
debe de encontrar… este año habéis sido nada menos que tres los de la nuestra.
El viejo maestro estará satisfecho con la cosecha, seguro…)
Las
carcajadas de Ippuk no han cesado del todo sino que más bien se han ido
haciendo más y más ruidosas y cuando el ángel le mira levemente irritado ella
se disculpa diciendo:
―Perdona,
Uriel, mi muy querido Uriel… pero es que estaba pensado en «mi chica» y en lo
que acaba de preguntar― aclara mirando con cariño a la joven pelirroja―. Si los
signos no se equivocan, y jamás lo hacen, está claro que su historia, aunque
también estará llena de personajes extraordinarios, tendrá un escenario del
todo contrario a lo que es mi querido bosque…
Más todavía; podría decirse que le espera un escenario muchísimo más
húmedo que el más húmedo de los bosques ¿no os parece?―termina, soltando otro
resoplido de hilaridad.
Como
respuesta, las sonrisas del ángel y la maga brillan deslumbrantes a la luz de
la luna pero en ese momento, al girar el grupo el último recodo que les vuelve
a llevar a la zona de las casetas, más o menos al lugar donde encontraron al
señor Piedra Palo, otras luces acaparan toda su atención.
Tanto
a la derecha como a la izquierda, brillando con una luz indudablemente mágica,
algunas casetas se muestran abiertas junto a otras que continúan tan oscuras y
con la persiana tan echada como era de esperar. Y sin embargo, algo en la mente
de los tres elegidos les dice que para alguien de fuera del asunto, como por
ejemplo los eventuales guardias nocturnos que pasen en su ronda por allí, todo
se presentará a la vista igual de hermético y silencioso.
―Como
veis hay más afortunados, además de vosotros tres… cada año pasa lo mismo; la
última noche de Feria todos van quedándose rezagados en el parque por uno u
otro motivo y acaban contactando con algún espíritu de alguna de las casetas,
que a su vez les impondrá alguna señal para que sean identificados por alguno
de nosotros: aquellos personajes de las novelas que un día también fuimos
viajeros en tierra extraña y que, cuando casi habíamos perdido la esperanza,
tuvimos también esta oportunidad que ahora se os brinda. Nuestro destino en
concreto está en la caseta 299, en ella está el esfuerzo y el talento concretos
de muchos que encarna el señor Piedra Palo, en especial el de una colección de
narrativa que incluye fantasía, ciencia ficción y terror (aunque para este último
es obvio que nunca ha habido demasiados candidatos…).
―Sí,
este año nos ha tocado la 299, más o
menos enfrente del stand de la Real Fábrica de Moneda, no está lejos. ¡Vamos!―
exclama, jubilosa, Ippuk, echando a correr hacia adelante sin esperar a nadie
más.
La
chica pelirroja con la que ha hecho tan buenas migas y, tras ella, todos los
demás, se apresuran a seguirla y no tardan en estar frente a una de esas
casetas iluminadas desde dentro. Los últimos pasos los tres detienen el avance
y acaban dando dichos pasos de un modo contenido, deliberadamente pausado, como
si una parte de ellos recelara de pronto de lo que se fueran a encontrar allí.
Los
libros se muestran en ordenadas filas y brillan envueltos en una maravillosa
luz dorada. La mujer, el joven y la muchacha los miran arrobados y, tras unos
momentos de exploración visual, toman sin titubeos, casi en trance, uno de
ellos y comienzan a hojearlo con avidez. No ven pues las sonrisas de satisfacción
y complicidad que se cruzan los tres veteranos, veteranía que también queda
confirmada con el mensaje inequívoco que se dicen sin palabras, solo con la mirada:
«Todos, como siempre, han estado certeros en su elección. Que así sea».
Tras
un tiempo, imposible decir de cuánto tiempo se trata, minutos o horas da igual,
en el que los tres permanecen imbuidos en sus respectivas lecturas, Gálora toma
la palabra.
―El
amanecer no tardará en llegar y a las seis se volverá a abrir el parque. Hay
que darse prisa y tomar una decisión. Seguir con vuestras vidas o vivir otra…
la de aquel que os aguarda en la portada del libro que ahora tenéis en las
manos. Si decidís seguir hacia adelante, no recordaréis nada de vuestra vida
pasada y formaréis parte de una nueva historia, es más, seréis su protagonista
de un modo pleno.
―Bueno,
Gálora, eso de olvidar para siempre no es del todo cierto―interviene Uriel, con
una sonrisa de complicidad―. Tal noche como hoy, año tras año, podréis de nuevo
recordarlo todo, pasado y presente… entonces, cuando salgáis a este parque a
ayudar a otros como vosotros, rememoraréis vuestra vida anterior y tendréis la
opción de volver a elegir…
―Sí,
así es―le interrumpe Ippuk, con un libro de tapa amarilla titulado “El jardín
de la duermevela” ya en sus manos―. Tal día como hoy tendréis siempre la
oportunidad de volver a la vida “real”, en concreto al punto donde lo dejasteis
y, si así lo deseáis, amaneceréis en este parque la última mañana de Feria como
si nada hubiera pasado, allí donde lo dejasteis. Aunque os adelanto que jamás nunca
nadie ha hecho uso del privilegio de «regresar» ―susurra, divertida―. En mi
caso, acepto que hubo un día en que fui otra niña, una niña casi tan triste
como tú―dice mirando a su nueva amiga―, pero cada vez que me acuerdo, cada vez
que salgo a buscar a gente desgraciada que necesita otra oportunidad, sé que
quiero ser Ippuk… y que siempre lo seré. Confío en veros el año que viene, y
veros como ayudantes y ya no como meros visitantes; nos daremos un buen paseo
por el parque a la luz de la luna. Adiós―dice, alzando la voz a modo de
despedida. Luego abraza con todas sus fuerzas “El jardín de la duermevela” en
el que su rostro reluce como el sol y mientras esa luz dorada se intensifica,
la niña se va diluyendo en ella hasta acabar desapareciendo. Gálora recoge el
libro, tirado ahora en el suelo, lo deja en la fila correspondiente y toma otro
diferente, uno que lleva su nombre como título y en el que ella misma le
devuelve la sonrisa, con su rostro verde y sus ojos de fuego.
―Adiós,
amigos. Yo también espero veros el año que viene por estas fechas… Me muero de
ganas de volver a Cirax. Adiós, Uriel, hasta la próxima vez, mi querido ángel.
Neo-Babylon es un mundo difícil pero recuerda que siempre, tanto a ti como a
mí, nos quedará la esperanza…
La
hechicera acompaña esas palabras con una sonrisa de despedida y, procediendo de
un modo semejante a Ippuk, no tarda en dejar caer su libro en el montón del
mostrador al tiempo que desaparece en las entrañas del mismo.
Por
su parte Uriel, así mismo impaciente por partir, sujetando un libro en tonos
azules y negros llamado “EL ocaso de los ángeles” en el que se le ve de perfil,
serio y cabizbajo, también les quiere dirigir su particular adiós.
―Poco
queda por decir… pero los arcángeles siempre hemos sido los más formalistas del
coro angelical, así que me vais a permitir una licencia. Habéis elegido los
libros que todos esperábamos, así que si os decidís a dar el paso, está claro
cuáles serán vuestros nuevos nombres. No sé, ni en realidad me importa, cuáles
son los antiguos (yo también tuve uno, y tampoco me importa en lo más mínimo…),
pero permitidme que me despida llamándoos
por estos otros por primera vez. Quizá os suene algo extraño, pero esa
extrañeza no durará mucho. En el momento que entréis en «vuestra historia»,
toda vuestra vida será esa y nada más que esa.
Permanece
unos segundos en silencio y luego va posando la mano en el hombro de cada cual.
―Adiós,
Rielar. Tu vida en los Reinos del mar será gloriosa… y sobre todo estará llena
de amor. Más amor del que te atreviste a soñar en tus más locos sueños. Te lo
puedo asegurar.
―Adiós,
Maltés. Serás un gran rey; rey de tu reino, rey de tu propia existencia… e
incluso rey de tu propia ira y tus conflictos. De ellos está hecha la vida. Te
lo puedo asegurar.
Solo
queda la mujer de cabellos negros pero aquí Uriel titubea un poco antes de
proseguir.
―Tú
también tendrás un nuevo nombre… pero no lo puedes saber aún. En este mundo
hubieras ido perdiéndolo todo pero en la Tierra incontable, pues es allá a dónde
vas, lo irás recuperando todo… incluido tu nombre, claro. Puede que al
principio tu ignorancia te asuste un poco, pero solo será al principio. Luego
todo irá a mejor… hasta hacerse magnífico. Te lo puedo asegurar.
Y,
diciendo esto, se aparta un poco, estrecha entre sus brazos “El ocaso de los
ángeles” y, al igual que en los dos casos anteriores, se hace uno con la luz
intensa y el libro cae al suelo, sin nadie que lo sostenga.
Tras
recogerlo, los tres que aún permanecen allí y que no han soltado su libro en
ningún momento, se quedan mirando sus respectivas portadas y a aquellos que
aparecen en ellas como en un espejo, en solemne silencio, bajo el fulgor de esa
mágica claridad que sigue brotando desde el interior de la caseta 299.
―”La
marca del guerrero”―lee el chico―. Sí, supongo que todos estamos marcados de
una u otra manera… Él… Yo… bueno, él y yo… su nombre al parecer es Maltés…
tiene en su cabeza una corona… pero también una lágrima en la cara…
―Siento
la certeza de que mi historia será muy, muy larga―murmura mientras tanto la
mujer morena―, que en realidad esta es solo la primera de muchas más… “El
despertar”, ¡qué hermoso título! Sí, yo quiero realmente despertar. Eso es todo
lo que quiero.
La
joven pelirroja no dice nada, se limita a mirar a esa otra chica tan igual a
ella que le devuelve desde la portada su inquisitiva y bella mirada «Rielar…»…
esa seré yo, esa ya soy yo… «… y los Reinos del mar», e, igualmente, ese será
mi verdadero hogar, piensa. Y, sin más, sonríe con una gratitud y una alegría tan
grandes que casi no se cree capaz de sentirlas y procede con determinación a
abrazar con todas sus fuerzas el grueso volumen que tiene en las manos. La
caseta se ilumina entonces aún más y la chica también desaparece sin dejar
rastro. Bueno, puede que uno muy pequeño sí, un sutil olor a mar que desaparece
pronto con la brisa.
Apenas
un puñado de segundos después, tras cruzar una cómplice y jubilosa mirada de
anticipación, la mujer y el joven hombre abrazan sus libros y también
desaparecen. Entonces la luz de la caseta se apaga y las primeras luces del
amanecer revelan que dicha caseta siempre ha tenido, como ahora mismo tiene, la
persiana bajada.
……………………….
Al día
siguiente, domingo, quedando un par de horas para que se dé por concluida la
feria del libro de Madrid 2014, en la caseta 299, tres autores, dos mujeres y
un hombre, hacen las últimas ventas e intercambian pareceres con los últimos
lectores. Pero, a ratos, también encuentran hueco para charlar entre ellos y conocerse un poco
mejor. En uno de esos huecos, alguien comenta:
―Y,
bueno, ahora que esto se acaba hasta el año que viene, me surge una pregunta:
¿vosotros cuál creéis que es el propósito último de todo esto?― inquiere,
señalando hacia adelante mientras hace un gesto con el brazo que parece querer
abarcarlo todo.
Los
demás, que siempre han tenido varias explicaciones en la punta de la lengua
preparadas para dicha cuestión, esta vez quizá porque el cansancio acumulado
aquellas tres semanas les contiene, guardan silencio meditando su respuesta. Y,
poco a poco, los tres van volviendo su mirada hacia su respectiva obra, mirando
con ternura a aquel que aparece en la portada―en esta ocasión, a saber, un
joven rey luciendo lágrima y corona, una hermosa diosa escoltada por un
unicornio y un enorme gato y una muchacha pelirroja convertida en lo más
parecido a una sirena bajo los Reinos del mar―.
No
hace falta que nadie diga nada. Si te paras a pensarlo, sólo existe un
propósito.