Los cachalotes son fácilmente identificables por sus enormes cabezas y frentes redondeadas y prominentes. Tienen el cerebro ms grande de todas las criaturas conocidas que han poblado la Tierra. En la cabeza también tienen una gran cantidad de una sustancia llamada espermaceti. En su día, los balleneros creían que este fluído aceitoso era esperma. Los científicos no han descifrado la función del espermaceti. Una teoría muy extendida es que el fluido, que se endurece en forma de cera cuando se enfría, ayuda a la ballena a modificar su flotabilidad para sumergirse a gran profundidad y volver a subir. Se sabe que los cachalotes llegan a sumergirse 1.000 metros en busca de calamares. Estos mamíferos gigantes deben contener la respiración hasta 90 minutos en esas inmersiones. Estas ballenas dentadas pueden comer casi una tonelada de peces y calamares al da.
Los cachalotes suelen formar bancos de entre 15 y 20 individuos. Estos bancos están formados por hembras y crías, mientras que los machos viven en solitario o cambian de banco con frecuencia. Las hembras y sus crías permanecen todo el año en aguas tropicales y subtropicales. Se cree que las hembras cuidan a sus crías de forma comunitaria. Los machos migran a latitudes más altas, solos o en grupo, y vuelven al ecuador para reproducirse. Impulsados por su aleta posterior, que mide unos cinco metros de punta a punta, pueden recorrer el océano a unos 37 kilómetros por hora (La conducta gregaria de machos y hembras juntos en el Mediterráneo oriental constituye, por tanto, toda una excepción).
Estos populares leviatanes emiten diversas vocalizaciones, además de una serie de chasquidos que pueden usar para comunicarse o para la ecolocalización. Los animales con ecolocalización emiten sonidos que se desplazan bajo el agua hasta que impactan contra objetos y vuelven rebotados al emisor, revelando la posición, tamaño y forma del objetivo.
Los cachalotes eran un pilar básico de la actividad ballenera en su apogeo en los siglos XVIII y XIX. En su novela Moby Dick, Herman Melville inmortaliza a un mítico cachalote albino, aunque parece ser que el archienemigo de Ahab estaba basado en un animal real al que los balleneros llamaban Mocha Dick. Se cazaba a estos animales por su aceite y ámbar gris, una sustancia que se forma alrededor de los picos de los calamares en el estomago de la ballena. El ámbar gris era (y sigue siendo) una sustancia muy apreciada utilizada en su día para hacer perfumes. (National Geographic)
Y, por fin, llegamos a la última de las Piedras de Ceto. aquella que atesora la virtud de la misericordia. Una virtud tan cercana al amor, la primera en ser activada a través del valeroso viaje de la pequeña Toniña, que se diría que con ella se cierra el círculo que las enlaza a todas. De hecho, Élias y su grupo encuentran la última virtud cuando la vieja marsopa ya ha partido y se diría que es este octavo cetáceo como activador de la misericordia, la deforme hembra de cachalote con la que se encuentran cerca ya de la meta final de su viaje por el Mediterráneo,la que le toma el relevo en su maternal afecto, aunque solo sea por un rato.
El encuentro con los cachalotes es el momento en el que más peligro corren Élias y Mistral de perder la vida en su travesía por aguas mediterráneas. Solo la intervención "in extremis" de esa tía solterona, marcada por el impacto casi mortal de un ferry en su robusto cuerpo, les salva de una muerte segura. El destino final de los dos chicos parece algo inapelable, casi comprensible y hasta justificable, pero cuando todo está perdido, cuando la implacable lógica o la fría justicia no ofrecen ninguna salida, lo único que les salva, que nos salva siempre, es la compasión. La inmerecida, y por ello tan imprevista como redentora, misericordia. En dos palabras, el Amor. Siempre, desde el principio hasta el fin, el Amor.
Ah... los cachalotes. Los que habéis leído mis novelas ya sabéis lo especiales que son para mí estos rotundos animales de ladeado surtidor y cabeza de torpedo. Sobre todo, uno... sobre todo, Romm.
Os confesaré algo. Romm, y también Dicayos, encarnan en cierto modo mi solidario afecto por el sexo masculino. Algo así como sí yo, disfrazada de andrógina "Trovadora del agua", hubiera plasmado en el papel mis distintos sentires hacia los también distintos hombres (y mujeres) que han rodeado mi existencia. Yo no soy una excepción y como tantos otros escritores me he acabado inspirando en mis semejantes.
Hay un refrán que dice: "A los amigos se les admira por sus virtudes y se les quiere por su defectos". Como todo refrán hay una parte falsa pero, qué duda cabe, también otra muy verdadera. Con respecto a mi propio sexo, en todas las mujeres que me han acompañado, incluida yo misma, hay algo de Hidra y algo de Surcar, algo de Emoré y algo de Ulular, algo de Mistral... y algo de Rielar. En definitiva, algo de las tres diosas, Doncella, Madre y Hechicera que, con distintos rostros, empapan toda mi obra. Eso es muy cierto con respecto a mí y mis hermanas pero ¿y los hombres?
Con respecto a los varones, podríamos decir que Dicayos, el recto Dicayos, encarna todas las virtudes masculinas, aromatizadas por esa maravillosa gestión de las emociones a la que todo hombre debería aspirar y al que creo que, cada vez más, muchos están quitando ese miedo ancestral que les limitaba para tantas cosas... Sería pues la parte luminosa y brillante, la apolínea. El hombre recto y noble al que admiro.
Pero como ya he dicho en otras ocasiones, no hay yang sin yin, ni apolíneo sin dionisiaco, ni resplandor sin penumbra... Un hombre cabal, si aspira a ser verdaderamente noble, si no quiere ser una encorsetada caricatura de sí mismo, tiene que aceptar tanto su fortaleza como su fragilidad, tanto su generosidad como su mezquindad, tanto su luz como su sombra. Solo así será un hombre íntegro, o sea completo, y solo así, asumiéndose en plenitud primero, podrá trabajar honestamente por ser cada día mejor persona. Eso es precisamente lo que representa el bueno de Romm para mí.
Romm es pendeciero y bravucón, a veces celoso, otras veces metepatas y otras... otras simplemente las cosas le quedan grandes y no se entera de nada. Pero yo le quiero, le quiero con locura por ser cómo es, sincero, valiente, lleno de defectos pero con la honestidad suficiente para saber hacerles frente e intentar enmendarse y mejorar. Es leal, consecuente y sabe entregarse de corazón... Sí, definitivamente, puede que admire mucho a Dicayos pero al que quiero aún más de los dos es a ese cabezota lleno de defectos... y de humanidad.
Quizá os preguntéis si, en el caso de los varones de mi entorno, existe alguien concreto en el que me haya inspirado a la hora de describir estos dos personajes. La respuesta es que sí. Afortunadamente, aquel que me acompaña en el camino tiene mucho de Dicayos pero, y eso es lo más importante, también mucho de Romm. Por ello es que le admiro tanto como le quiero... Pero eso, como diría Michael Ende, eso es otra historia.
Mi repaso de los cetáceos mediterráneos ha concluido, por ahora. Tengo planeado presentaros próximamente otros dos que me parecen también muy interesantes pero serán, digamos, criaturas de latitudes mucho más boreales. Ambos hicieron acto de presencia en Rielar con mayor o menor protagonismo ¿Imagináis a quienes me refiero? Bueno, si no es así, ya lo descubriréis... Y ahora, como es de rigor, un ratito de buceo en esta ocasión con Romm, Blou y Grumm, por ejemplo. Hoy es momento de disfrutar de la compañía de los todopoderosos cachalotes.
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