Las belugas, también llamadas ballenas blancas, tienen un color inusual, por lo que son una de las especies de ballena más conocidas y fáciles de identificar. Al nacer son grises o incluso marrones, y se van volviendo blancas conforme alcanzan la madurez sexual, hacia los cinco años de edad.
Las ballenas blancas son bastante pequeñas y miden entre 4 y 6 metros. Tienen frentes redondeadas y carecen de aleta dorsal.
Las belugas suelen vivir en pequeños grupos. Son animales sociales y comunicadores vocales muy activos que emplean un lenguaje variopinto de chasquidos, silbidos y repiqueteos. Además, pueden imitar diversos sonidos de otro tipo.
Estas ballenas frecuentan habitualmente las aguas de las costas del océano Ártico, aunque también están presentes en regiones subárticas. Cuando el mar se congela, las belugas árticas migran hacia el sur en grandes grupos. Los animales atrapados en el hielo ártico suelen morir, víctimas de osos polares, ballenas asesinas e indígenas del Ártico. Las belugas son cazadas por los pueblos nativos del norte, y también por las pesquerías comerciales. Estas últimas casi acabaron con determinadas poblaciones, como la del Golfo de San Lorenzo. (National Geographic)
Como ya os anuncié en mi anterior entrada, después de pasar varios meses centrada en los cetáceos con los que interactúa Élias en su viaje por el Mediterráneo, ahora os presentaré a dos especies de odontocetos, únicas integrantes de la familia de los monodóntidos, que hacen acto de presencia en Rielar y los Reinos del Mar, mi primera novela. He aquí a la primera de ellas.
Las belugas aparecen al principio de la tercera parte del libro, "Pacífico", cuando se narra como la joven recolectora Irisar, acompañada de su amiga Ulular y de su maestra Surcar, emprende viaje hacia el mayor de los océanos por la ruta del norte, esto es, a través del océano glaciar ártico. Ella será la encargada de dar con la piedra-corazón del propio Élias, todavía un bebé, y tanto porque es su debut como recolectora de piedras corazón como, sobre todo, porque ese primer bautizo trajo inquietantes revelaciones a nivel personal, el ánimo de Irisar está convulso y, por qué no decirlo, bastante amedrentado ante la gesta a la que se tiene que enfrentar.
Me gustaría que intentarais imaginar el encuentro entre las tres mujeres y el , también femenino, grupo de belugas. Se produce de improviso en la bahía de Baffin, relativamente cerca aún de Ciudad Alba, nada más dejar atrás el mar de Labrador y recién estrenado el océano Ártico propiamente dicho.
Al hacer de nuevo ese ejercicio de imaginación yo misma, mi mente es invadida por dos intensos colores, blanco y azul, y de un modo esplendoroso, deslumbrante. Frente al azul del límpido cielo norteño y del omnipresente mar, la blancura del resto de elementos destaca así de un modo casi hiriente: las interminables placas de hielo marino, los vagabundos icebergs, la nieve perpetua en las costas de las tierras circundantes... Y ellas, no solo las incoloras criaturas que salen al encuentro de las tres recolectoras sino éstas últimas, sus clarísimos cabellos (sobre todo, los de la propia Irisar que los lleva largos, como una ensortijada estela de espuma de mar tras de sí), así como sus buzos blancos y sus pálidas pieles, distintivos ambos de su pertenencia a la raza de los profundos de Ciudad Alba. Todo, en definitiva, es blancura; pujante y avasalladora blancura.
Pero si el color blanco suele ir asociado a la paz y al silencio, aunque lo primero se cumple puesto que Irisar, tras el encuentro, recupera buena parte de su serenidad perdida, lo hace a través de todo lo contrario a la ausencia de sonidos. Lo hace a través del canto... y del baile.
No soy muy dada a poner citas de mis libros en este blog, de hecho va a ser la primera vez, pero siento que debo hacerlo. No sé cantar, lo hago francamente mal, aunque puedo imaginar lo hermoso que es unir tu voz con la de tus iguales, en este caso hermanadas tanto en feminidad como en esbelta blancura, pero en cambio me gusta bailar y dicen que no lo hago del todo mal. En el baile también he aprendido (y disfrutado) de lo que es sentirse "en comunión", con la música misma y con las que la comparten contigo en un determinado instante. Un grupo de hembras bailando juntas, sintiéndose hermanas más allá de razas, idiomas, ideologías... e incluso especies, debe ser algo magnífico. No, no debe serlo; sé que lo es.
En fin... todo esto es algo tan atávico, siento que lo llevo tan dentro de mi condición femenina, en todas y cada una de mis células, que intentar explicároslo sin más se me queda corto. Por eso tengo que recurrir a "autocitarme". Para que simplemente contempléis la escena... y la sintáis. Entonces, seguro que lo entenderéis todo mucho mejor. Sobre todo, si sois del género femenino. Ahí va:
"Pronto las tres mujeres, disfrutando como niñas, se encontraban danzando con las juguetonas belugas mientras, casi sin darse cuenta, comenzaban a entonar antiguas melodías en armonioso contrapunto a las infinitas vocalizaciones de los llamados canarios del mar(...) Surcar había estado certera al intuir que eso era precisamente lo que necesita Irisar. A medida que ésta permitía que su cuerpo se hiciera uno con el agua y la espuma, notaba cómo su interior recuperaba la calma, cómo su antigua alegría volvía a hacerse presente. Y mientras se dejaba acariciar por los sedosos cuerpos de sus nuevas compañeras en ese trenzado de cruces y acrobacias, su voz dejaba escapar, a través del liberador canto, toda la tensión que la había atenazado desde antes de abandonar Ciudad Alba".
¿A qué ahora todo ha quedado mucho más claro? ¿Y a qué muchas (y muchos, ¿por qué no?) sabéis de lo que hablo por propia experiencia?... ¿No es maravilloso ese sentimiento de liberación/comunión que te ofrece la música en momentos así, momentos tan escasos como preciosos?
La foto que encabeza la entrada es precisamente de una mujer que, a través del yoga, se ha atrevido con las bajas temperaturas de los mares árticos y que, de este modo, ha sido capaz de nadar entre belugas. La acabo de descubrir y no me resisto a colgarla ¡Si supierais la de veces que la realidad acaba, de un modo u otro, asemejándose a la ficción que yo misma he creado...!
Como vídeo os propongo, en esta ocasión, otra curiosa "rareza". Las belugas tienen una capacidad de vocalización tan asombrosa que, recientemente, se ha logrado grabar a un ejemplar capaz de reproducir los sonidos de una lejana conversación ¡entre humanos! Oídlo porque, en serio, es impactante (¿y si en vez de estar imitándonos fuera que le han pillado "in fraganti" y en realidad está hablando con algún habitante de los Reinos del Mar?... Ay, ya está mi loca imaginación haciendo de las suyas... Bueno, lo dicho, juzgad por vosotros mismos).