miércoles, 1 de octubre de 2014

Una cuestión de justicia.




Hace medio año que no presento en este blog ningún fragmento de El destino de Élias relativo al encuentro con algún cetáceo mediterráneo en particular y a la virtud específica que éste acaba insuflando en una de las Piedras de Ceto que portan Élias y los demás viajeros. Tras mostraros, en abril, lo que sucedía con aquel viejo zifio, portador de la virtud de la verdad, ahora tocaría (después de tanto retraso...) la aparición al cruzar el canal de Sicilia de dos hermanos rorcuales, muy parecidos y muy distintos a la vez, quienes ofrecerían juntos la siguiente virtud, la de la justicia. Pero, precisamente por ser una cuestión de justicia, no van a ir por ahí los tiros en esta ocasión.

La organización WWF acaba de presentar su informe bianual Planeta Vivo 2014, y sus conclusiones no pueden ser más desalentadoras. En solo cuatro décadas, se ha extinguido la mitad de las especies de fauna y flora de nuestro planeta. Así, tal cual. LA MITAD. Como es de suponer, me he quedado profundamente sobrecogida y, de pronto, me he acordado de que, después de conocer las muchas "heridas" del Mediterráneo, intuí que esto podría acabar pasando a escala mundial. Ha sido la única vez en mis novelas en las que, digamos, he hablado yo, Guadalupe, y, por ello, la pareja de rorcuales tendrá que esperar, ya que esta vez no se trata de presentaros un fragmento de ninguno de los tres libros de la saga de Los reinos del Mar... aunque no cambiamos de volumen porque mis reflexiones se encuentran precisamente (pronto sabréis porqué) al final de la segunda de mis novelas. Hablo del mar... pero, a tenor de este terrible informe de WWF, bien podría hacerlo del planeta entero. Estas fueron mis palabras tras concluir El destino de Élias, esas que aparecen en la última página del libro:

Nota de la autora

    La trama de esta obra es, obviamente, ficticia. Sin embargo, hay muchas cosas en ella que no lo son. Al igual que en Rielar y los Reinos del Mar he procurado siempre que la información objetiva sobre los océanos durante el tiempo en que trascurre la obra sea lo más fidedigna posible. Así, los datos oceanográficos, geográficos, zoológicos —y dentro de estos últimos, en la medida de lo posible, los relativos a la conducta animal—, remiten a un esforzado trabajo de documentación. Confío haber interpretado correctamente las fuentes, pues mi afán era mostrar la verdad. Desde el hundimiento del Prestige en noviembre del 2002, casi al comienzo del libro, hasta el encuentro final del Rainbow Warrior y el Esperanza en junio del 2006, pasando por choques de submarinos, nombres de familias de orcas o morbilivirus, todo puede ser contrastado en Internet.

  Pero no es en esta verdad en la que quiero insistir ahora. Deseo dejar constancia de lo demoledoramente cierto que es la situación por la que atraviesa actualmente el mar Mediterráneo. No me explayaré sobre ello pues para eso está la novela, pero sí diré algo más. El intenso tráfico marítimo y las lacras que siguen su estela, el uso generalizado de sonares y los experimentos vinculados a ellos, las sanguinarias redes de deriva y otras artes de pesca igual de insostenibles para el medio ambiente, la contaminación —tanto física, como química, como acústica, como urbanística—, el ecoturismo mal entendido, la sobrepesca y la consiguiente esquilmación de los recursos del mar son verdad. Todo esto es verdad. Y también es verdad la existencia de miles de criaturas mediterráneas que padecen cruelmente todo lo anterior, entre ellas, las ocho especies de cetáceos residentes en sus aguas y, entre los peces cartilaginosos, los ocho más amenazados que aparecen en mi obra. Eso también es verdad.

  Aún quiero añadir una tercera y última verdad. La mañana siguiente a mi cumpleaños era domingo y mi hija Irene, de ocho años por aquel entonces, trajo un libro sobre mamíferos marinos a mi cama para que lo leyéramos juntas. Lo había cogido de la biblioteca y, por lo que pudimos ver, se había publicado en el año 1974. A ella le pareció que eso era mucho tiempo, pero yo no pensé lo mismo. No tenía fotografías, sino evocadores dibujos, y, si estremecedor fue ver plasmada alegremente la caza de las grandes ballenas a arponazos o la matanza de calderones en las Feroe, aun lo fue mucho más contemplar la última página: una hermosa lámina en la que figuraban simplemente las imágenes de muchos cetáceos mostrando su relación en cuanto a tamaño. Y si resultó tan terrible fue porque daba como existentes algunos que, por desgracia, ya no viven ni vivirán jamás en nuestros océanos.

Repito. Todo lo que cuento sobre los seres marinos es, desgraciadamente, cierto.

  Si este libro cae dentro de unos años en manos de un niño, ojalá no haya nadie que le tenga que decir que los Reinos del Mar son solo ficción, queriendo expresar con ello que también lo son los maravillosos animales que un día los habitaron.´

(Así acaba el segundo volumen de Los Reinos del mar).


Cuarenta años han pasado desde que se publicó aquel libro ilustrado en 1974, y es cierto que estos once aún existen, e incluso se afirma que son los más comunes... pero ¿por cuánto tiempo?